martes, 27 de febrero de 2018

Una historia para reflexionar sobre el Cambio

Extraída del libro "Ser Generosos", de Lucinda Vardey y John Dalla Costa. 

Había una vez una mujer profesional, nunca se había casado, le gustaba su independencia. Ahora era muy mayor; había sobrevivido a la mayoría de sus amistades y nunca había pensado que llegaría a los ochenta y cinco años. Le dolían mucho las rodillas y tenía una tos recurrente que le molestaba. No podía salir sin su andador y ahora había llegado el invierno, no sería inteligente de su parte...

Un vecino le sugirió que se mudara a una residencia para ancianos con una vista hermosa, algo que ella podía pagar. Se podría llevar la mayor parte de sus muebles, incluso comprar algunas cosas nuevas quizá, y había siempre un médico de guardia con solo tocar un timbre. También le prepararían todas las comidas.

Sería lo mejor, pensó. Sin embargo, a medida que se aproximaba la fecha, perdió el valor. Mejor quedarse en la vieja casa; la mudanza sería demasiado para ella. No podía, no a su edad. No quería molestar a los vecinos, pero hacer las compras era casi imposible. ¿Les molestaría buscarle algunas pocas cosas en el supermercado la próxima vez? No se preocupen por mí, diría.

Continuó viviendo así, sin cambiar. Luego de un tiempo, se cayó en la bañadera, se quebró la cadera y la mandaron a un geriátrico. Todo se hizo tan a las apuradas, que no tuvo tiempo de elegir las cosas que quería llevar con ella. Una amiga vendió todo, incluso los muebles, a un intermediario. Ahora se sentía más sin techo que nunca...

El cambio sobreviene ya sea que nos acomodemos a él o no. Aunque resulte difícil, las posibilidades más creativas se realizan, a menudo, adoptando el cambio en lugar de resistiéndose a él.

El cambio puede ser la puerta de entrada para que llegue la generosidad, porque es, en sì mismo, un acto generoso. Proteger las cosas como son es lo contrario de la generosidad, porque a menudo implica tener miedo y querer aferrarse, lo que puede lastimar y nunca proporciona cura. Cambiar, siguiendo lo que se conoce como verdadero, incluso sin la seguridad o las garantías, es comprometerse a una regeneración personal  que, a su vez, genera otras posibilidades.

Invariablemente, el cambio no es bienvenido al principio. Somos criaturas de hábitos, pero el cambio es generoso porque insiste en que algo mejor es posible. Y con el cambio personal, también enriquecemos y liberamos a aquellos más cercanos a nosotros, la comunidad en la que vivimos, la compañía en la que trabajamos, nuestros amigos y los miembros de nuestra familia.

Nuestra valentía para cambiar siempre permite a los otros ser valientes para cambiar.

El discernimiento para perseguir lo que importa más les permite a los otros también apreciar la verdad por sí mismos. Ser nosotros generosos al cambiar, les da la libertad a los otros para cambiar también y regenerar sus vidas.

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