sábado, 25 de agosto de 2012

Crisis y Conflictos en el Camino Espiritual

Fragmento del libro “La dinámica del inconsciente” (Seminarios de Astrología Psicológica), de Liz Greene y Howard Sasportas, Ediciones Urano.


Hablaremos del tipo de crisis y conflictos con que tropieza la gente que recorre la senda del crecimiento espiritual o transpersonal. Assagioli divide el proceso en varias etapas: a) las crisis que preceden al despertar espiritual; b) las crisis causadas por el despertar espiritual, y c) las fases del proceso de transformación.

Las crisis que preceden al despertar espiritual

Puede suceder que alguien experimente de pronto un cambio de dirección en su vida. Esto puede verse precipitado por una decepción importante en el trabajo o en la carrera, o por la pérdida de un ser querido. También, a veces la gente se despierta y se da cuenta de que tiene una insatisfacción íntima, de que lleva dentro un vacío. Puede ser que hasta entonces el individuo se las haya arreglado muy bien, que se haya enfrentado todos los días con el mundo sin inseguridad alguna; pero de pronto se apodera de él un sentimiento insistente de la futilidad o de la falta de significado de la vida. Es como si todo se muriera, despojado de vitalidad. Las personas que viven esta experiencia sufren de lo que comúnmente se llama una crisis de significado. “¿Por qué estoy aquí?”, se preguntan. “¿Por qué me preocupo? ¿Qué significa todo esto?”. La crisis puede incluso parecer una grave perturbación nerviosa, pero apenas por debajo del nivel superficial de esas dudas e inquietudes hay aspiraciones espirituales o transpersonales que esperan tener acceso a la personalidad. Algo tiene que morir para que nazca algo nuevo.

Generalmente, en momentos así hay en juego tránsitos o progresiones de Urano, Neptuno o Plutón. Cuando los planetas exteriores activan la carta o se ven movilizados por una progresión, el cosmos no quiere dejarnos de la misma manera en que nos encontró. Lo viejo se desbarata o se enrancia, y ya no funciona. Y sólo entonces lo nuevo encuentra su oportunidadde acceso.

Se cuestiona la vida: ya no basta con seguir delante de la misma manera que antes. Es muy frecuente que tengamos este tipo de experiencia en la madurez, cuando Urano hace oposición con el Urano natal, Neptuno se pone en cuadratura con el Neptuno natal o Plutón hace cuadratura a Plutón natal. Pero puede suceder en cualquier momento de la vida; he conocido a personas que tuvieron una crisis espiritual a los siete años, en tanto que otras pasan por ella a los setenta.

Las crisis causadas por el despertar espiritual

El desbordamiento de las energías superconscientes o transpersonales suele vivirse como una elevación y una liberación maravillosas. Y sin embargo, hay personas que tienen grandes dificultades para asimilar el aflujo de energía, luz y poder que proviene de esos niveles de la psique. El sistema nervioso puede verse literalmente abrumado o quedar fuera de control por influjo de la energía superconsciente. En la década de los años sesenta, muchísimas personas fueron “fulminadas” de esa manera por la acción del LSD y otras drogas psicodélicas. Incluso sin que medie la acción de ninguna droga capaz de expandir la conciencia, una poderosa liberación de energía superconsciente en una personalidad débil o desequilibrada puede producir formas de comportamiento extremas. En algunos casos, la gente no resiste la presión: salen corriendo a la calle, se quitan toda la ropa, queman su pasaporte… Si somos universales e ilimitados, ¿qué necesidad hay de pasaportes? Algunas personas oyen voces que les dicen qué tienen que hacer, o tienen visiones que no pueden integrar o entender del todo. La vivencia interior de un Si mismo Transpersonal puede conducir a sentimientos de grandeza que a veces se mezclan con problemas infantiles no resueltos que tienen que ver con la omnipotencia. Un persona puede perder la capacidad de distinguir entre el yo y el Sí mismo, y empezar a pensar que ella es Dios, o el centro escogido de algún plan divino en el que todo tiene cabida. Con un camino erizado de semejantes peligros, ya pueden ver ustedes por qué se necesita un yo sano y equilibrado para poder canalizar mejor la inspiración transpersonal.

También hay otros problemas. Alguien puede tener un despertar espiritual y creer erróneamente que aquello que ha podido atisbar dentro de sí es ya una realidad manifiesta. Es decir, uno tiene una experiencia cumbre y piensa que todos sus problemas están resueltos, que ya está por encima de todo, tiene todas las posibilidades y es libre: ha llegado. Pero lamentablemente uno no tarda en darse cuenta de que eso no es más que el comienzo: todavía no ha llegado. Durante un tiempo, uno puede sentir un amor ilimitado y verlo todo bañado en una luz dorada, pero muy pronto todo eso pierde intensidad. Las cosas se normalizan, y uno regresa a su personalidad anterior y a sus costumbres de siempre.

Como todo en la vida, la energía transpersonal es cíclica; tiene un movimiento de flujo y reflujo. Cuando la marea sube, uno se siente bien; hay una sincronicidad especial, suceden cosas mágicas. Cuando la energía transpersonal baja, reaparecen las viejas limitaciones. Ya lo tuvimos todo, y ahora el mundo vuelve a mostrársenos opaco.  Nuestros viejos problemas nos parecen mucho más frustrantes por haber podido atisbar cómo sería la vida si estuviéramos libres de ellos.

Y lo más importante es que escalar las alturas es algo que tiene la virtud de remover las profundidades. Contactar con la luz de la mente superior nos hace ver con más claridad lo que hay de oscuro en nosotros. Tras un aflujo interior de energía superconsciente, se despiertan los demonios en las profundidades del inconsciente. Uno tiene una vivencia de luz y amor, y dos días después se enfurece irracionalmente por cualquier cosa. Entonces se viene abajo y se siente más deprimido y vacío de lo que jamás se sintió en la vida. ¿Es que la experiencia cumbre no fue más que una ilusión, una engañosa fantasía?

Una vez oí casualmente que una monja – y no es que sea mi costumbre andar escuchando las conversaciones de las monjas – le decía a una mujer que se iba del convento después de haber hecho una semana de retiro:  - Tenga cuidado, porque dentro de unos días se encontrará con el diablo.

También yo, enseñando meditación, he descubierto algo similar. Después de una meditación profunda e intensa, la gente se siente inundada de claridad y paz, pero es probable que unas pocas horas después tenga la vivencia de lo que solemos llamar liberación de estrés. El hondo descanso de una meditación profunda saca afuera remanentes de tensión que estaban sepultados en ocultos escondrijos de la psique. Esas viejas tensiones afloran a la superficie y a veces, en el proceso de su liberación, se las revive. Comparada con la paz y la ecuanimidad de la meditación intensa, la liberación de estrés le da a uno la sensación de que está retrocediendo, en vez de avanzar en su crecimiento espiritual. San Juan de la Cruz habló así de la noche oscura del alma:  “Y cuando los rayos de esta pura Luz se derraman sobre el alma para expulsar las impurezas, el alma se percibe tan impura y miserable que le parece como si Dios se hubiera puesto en contra de ella y como si ella se hubiera puesto contra Dios.”

Es probable  que se encuentren en alguna lectura con una persona que está en medio de una de estas crisis. En esos casos, pueden ayudarla recordándole que lo que le sucede es una parte natural del proceso de crecimiento y despliegue espiritual. Generalmente, un estado de exaltación no dura indefinidamente.

Precipitarse desde estas alturas puede ser deprimente y desalentador, hasta que uno se da cuenta de que el influjo de la inspiración transpersonal ha servido para enseñarle la dirección adecuada. Ahora se puede empezar a trabajar para consolidar la visión y convertirla en una relidad más permanente en la propia vida. Cuando nos desmoronamos desde las alturas de la percepción superconsciente es cuando debemos empezar de nuevo a trepar lentamente, paso a paso.

Las fases del proceso de transformación

Parte del proceso de transformación consiste en cultivar e integrar las funciones superiores para equilibrarlas con el resto de la personalidad. Para la mayoría de las personas, esta es una época de fluctuaciones entre luz y oscuridad, cumbres y abismos, júbilo y dolor. Será necesario examinar y despejar los obstáculos que se oponen al fluir de las energías superconscientes. Además, en el curso de la realización de sí mismo, uno tendrá que enfrentar sus heridas y complejos infantiles más profundos y más dolorosos para curarlos y resolverlos.

Es tal la cantidad de energía que consumen estos procesos que de hecho podemos dar la impresión de ser menos eficientes que antes para operar en el mundo. Es probable que los demás nos perciban como si estuviéramos retrocediendo o disgregándonos. Podemos oír cosas como: “Pues vaya con tus ideas espirituales… si estabas mucho mejor antes de que te diera por meditar”, o “No sé qué bien le estará haciendo la terapia a mi mujer; está mucho más intratable que cuando empezó”. Estamos sometidos a prueba. ¿Podemos mantenernos fieles a nuestro compromiso de crecimiento aunque los demás nos tomen el pelo o se burlen de nuestros progresos? El acercamiento a otras personas que estén recorriendo el camino espiritual, con quienes podamos compartir nuestras experiencias, puede ser de gran ayuda durante esta fase, puesto que ellas entenderán nuestros altibajos.

En “Psicosíntesis”, Assagioli señala muy acertadamente que la oruga tiene más suerte que nosotros: su transformación se produce en la paz y la seguridad relativas de un capullo. Nosotros, en cambio, podemos estar en mitad de un profundo cambio en nuestro crecimiento, y sin embargo lo más frecuente es que todos esperen que sigamos con nuestra vida cotidiana como si tal cosa. Assagioli compara la situación con el intento de reconstruir una estación ferroviaria sin molestarse en interrumpir el tráfico existente. Durante un tiempo, todo es un caos por partida doble.

En “La conspiración de Acuario”, Marilyn Ferguson destaca un punto importante en lo que se refiere a la evolución espiritual y psicológica: que vamos en pos de la vivencia de la transformación de la única manera que conocemos, es decir, como consumidores y competidores. Nos preocupa si estaremos avanzando con suficiente rapidez; andamos en busca de toda clase de técnicas, recursos y prácticas que nos lleven más pronto a la meta, y no dejamos de compararnos para ver si estamos tan adelantados como las personas que nos rodean.

Es virtualmente imposible dar indicadores astrológicos específicos para todas las diversas etapas de la evolución psicoespiritual. Son diferentes en cada caso. Lo único que puedo decir es que Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón ponen el balón en juego, pero hacia dónde nos llevará en última instancia el viaje a cada uno de nosotros, eso solamente nuestro propio Sí mismo más profundo puede decírnoslo.


miércoles, 15 de agosto de 2012

El Ascendente: su puerta kármica


Un texto de Martin Schulman.


Por lo general, estudiamos el horóscopo a fin de mejorar nuestras vidas y ensalzar nuestra contribución a la evolución de la especie, y tendemos a ignorar el significado del ascendente. La mayoría de los estudiantes se concentran en las posiciones y los aspectos planetarios. Buscamos posibilidades y nos olvidamos de la realidad. Así pues, en lugar de ver a un individuo como realmente es, nos centramos en posibilidades futuras que pueden o no manifestarse. Cada carta astral contiene la totalidad de las posibilidades que la persona necesita para llevar una vida plena. Pero la plenitud de la vida tan sólo se convierte en una meta alcanzable cuando estamos “conectados” al modo en que nuestro ser interior da y recibe iluminación (hacia y desde nuestro entorno).

A mi entender, el ascendente es la expresión de la realidad de cada persona. Cuando contemplamos el mundo como una entidad compuesta por todos los individuos, el ascendente nos muestra la verdadera estructura de la realidad del mundo. El potencial de un individuo o la evolución potencial de la raza humana en su totalidad son ideales de gran importancia. Pero es la realidad de los individuos, quienes se relacionan con aquello que les rodea, lo que hace al mundo tal como es. El ascendente se convierte en la puerta que nos permite comprender la realidad, no a través del potencial que puede alcanzar, sino a través de la misma esencia que está alcanzando.

El ascendente como “puerta” se convierte en el filtro entre todo lo que existe dentro de la carta astral y todo lo que existe en el mundo exterior. Si consideramos la carta como un círculo cerrado, dotado de una puerte que da al ascendente, no resulta difícil de entender. Las personas tienen muchos pensamientos, sentimientos e ideas distintos sobre sí mismas y los demás. Pueden incluso percibir miles de maneras de emular a los demás o copiar los logros que admiran en el mundo exterior. Pueden ver en sí mismos posibilidades que por razones oscuras no pueden alcanzar. Es el ascendente el que se centra en todos estos pensamientos, sentimientos e ideas, a fin de que las personas puedan llegar a expresarse de un modo coherente en un mundo coherente. Si pensamos en la carta sin un círculo que la rodee, entonces todos los pensamientos, sentimientos e ideas se derramarían sobre el entorno y crearían una vida de dispersión incoherente. Las personas podrían sucumbir a la atracción magnética de tal cantidad de factores externos que se sentirían descorazonadoramente pequeñas en un mundo que se les antojaría demasiado grande para poder acogerlas. Por el contrario, si cerramos el círculo y dejamos el ascendente como única puerta de acceso personal al mundo exterior, obtendremos una condición en la que podremos centrar y concentrar nuestras energías dentro de un campo coherente de expresión. El ascendente es el filtro a través del cual podremos llegar a ejercer control sobre nosotros mismos.

El ser interior de un individuo se compone de muchas cosas, algunas de ellas personales, otras no. Uno puede conservar en lo más profundo de su ser los recuerdos íntimos de experiencias pasadas, los conocimientos, tanto personales como impersonales, que ha adquirido, así como un sentido de la percepción del mundo. Como es natural, los distintos aspectos y posiciones planetarias afectan el modo en que el ser interior percibe todo ello. Si tan sólo estudiamos el ser interior, no estaremos analizando más que la mitad de la cuestión. El gurú que vive en la montaña puede comprender muchas cosas, pero es posible que no tenga idea de lo que significa viajar en un tren o en un autobús atestados de gente. La conciencia total de algunas personas siente pavor ante el entorno. Estas personas lo observan todo, desprovistas del sentimiento de pertenecer a todo lo que sucede en el mundo. Ninguno de los dos puntos de vista es totalmente correcto, ya que la vida interior y la exterior son incompletas la una sin la otra. El ascendente se encarga de unirlas.

Si consideramos la carta como un círculo cerrado y el ascendente como puerta de acceso, empezaremos a comprender las fronteras que limitan nuestra existencia de un modo constructivo con respecto a lo que podemos hacer de la forma más positiva. Una vez que hayamos aprendido a concentrar nuestras energías astrales a través del ascendente, podrían empezar a desaparecer todas aquellas interferencias carentes de sentido que nos impiden ser completamente nosotros mismos. En su lugar, el ego empieza a dibujarse y a desarrollar un sentido de la identidad, ya que conoce a la perfección la relación existente entre el ser interior y el mundo externo. La cuestión de la identidad no puede resolverse mediante la búsqueda de complejos psicológicos que pueden ser inherentes a determinadas posiciones planetarias dentro de la carta astral. Si bien reflejan el ser interior, estas posiciones no representan la integración entre la persona y el mundo que la rodea.

A medida que avanzamos en la vida, asimilamos ciertas cosas y descartamos otras. En todo momento experimentamos un proceso de toma y daca, un flujo de yin y yang que no cesa de remodelar la personalidad. Si no utilizamos nuestro ascendente, es fácil que asimilemos tantas cosas del entorno que lleguemos a tener serias dudas sobre quiénes somos. En el otro extremo, podemos llegar a expresar más de lo que nuestro entorno considera significativo. Sin  embargo, si esta doble corriente se mantiene dentro del perímetro del ascendente, se asemeja a un cable eléctrico protegido por una funda aislante. Podemos considerar y elegir de un modo selectivo lo que asimilamos y lo que emanamos a través de este filtro protector. Para seguir empleando la analogía de una corriente eléctrica, ésta debe ser la misma en ambas direcciones si queremos que la lámpara funcione. Cuando asimilamos más cosas de las que somos capaces de expresar, la corriente de la vida se desequilibra. Como consecuencia, guardamos demasiadas cosas en nuestro interior, lo cual nos impide ver la luz. Si expresamos más de lo que asimimamos, la corriente vuelve a quedar desequilibrada y no hay iluminación alguna. Ni la pasividad (el hecho de ser receptivo a las influencias de la vida), ni la actividad (el hecho de intentar plasmar el ser interior en el entorno), representan la plenitud de la vida que perseguimos. Lo que resulta aún más interesante es que los planetas de la carta astral no pueden alcanzar un rendimiento óptimo si la corriente de energía que fluye a través del ascendente está desequilibrada. Si pensamos en los planetas como receptores o transmisores de energía, y en la posición de los planetas como el modo en que pueden interpretarse las distintas energías, entonces entenderemos con facilidad que el exceso o la falta de corriente a través del ascendente pueden bien obstaculizar o bien sobrecargar todo el mecanismo.

El ascendente une el vacío existente entre el ser interior y el mundo al que la persona debe hacer frente. A fin de alcanzar el estado de ser, el individuo debe ser capaz de asociar todo lo que emana del interior del ser a una realidad mayor que pueda recibirlo. Si “todo lo que se halla en el interior de uno” no encuentra una vía de escape, la desesperación y la sensación de pérdida pueden apoderarse del ser interior. Si, por otro lado, el mundo exterior es incapaz de recibir todo aquello que un individuo puede llegar a ofrecer, el ser interior puede verse invadido por la desazón y por una sensación de falta de integración. El ascendente proporciona un equilibrio que permite que todo lo que se halla en el interior del individuo halle en última instancia comprensión a través del contacto con el entorno.

En ocasiones observamos a personas que se esconden detrás de sí mismas, que forjan ilusiones en su ser interior, al tiempo que contemplan cómo el entorno se plasma de un modo impersonal en ellos a través del ascendente. A veces encontramos a personas que se creen obligadas a empujar la carta  a través del ascendente, a sacar al exterior la energía de los planetas y los aspectos por la fuerza. En tales casos, estas personas suelen perder el ser interior en el entorno. Los hindúes afirman que la vida es como estar en un puente bajo, contemplando la corriente del río. Los acontecimientos fluyen hacia uno y vuelven a alejarse; el individuo los siente y los experimenta, pero el ser interior permanece intacto. El ascendente representa ese puente bajo o punto de encuentro entre el ser interior y los acontecimientos de la vida que experimentará. Si permitimos que nuestro ser interior experimente la vida abiertamente a través de todas las casas de la carta, como, por desgracia, hace la mayoría de la gente, podemos perder de vista la “corriente” que puede centrar y dirigir nuestras experiencias en el marco de referencia que por naturaleza entendemos. Incluso el río tiene orilla. Un río tiene tamaño, anchura, forma y dirección. Si no existiera la orilla, el agua fluiría por todas partes. Si experimentamos la vida a través de las distintas casas de nuestra carta sin asociarla de nuevo al ascendente, es como observar un río cambiar de forma y dirección sin saber siquiera por qué estamos contemplándolo. Si se asocia la experiencia de cada casa de nuevo al ascendente, puede mantenerse una comprensión centrada entre el ser interior y las experiencias externas. Y es ello lo que nos da una sensación de control sobre nuestras vidas.

El ascendente es nuestro centro de conciencia. Magnetiza y guía el resto de la carta hasta aquellas experiencias a través de las cuales el ser interno y el entorno pueden comunicarse. Si el individuo utiliza su ascendente de forma correcta, se sentirá cercano a las experiencias de la vida que se asemejen a las cualidades de su ascendente. Al mismo tiempo, será capaz de distanciarse de todas aquellas experiencias del entorno que no se relacionen directamente con su ascendente. De este modo, el ascendente magnetiza la conciencia, fijándola en puntos del espacio y del tiempo, a fin de que pueda establecer contacto con todas sus necesidades de asimilar cosas del (y dar al) universo sin experimentar demasiadas interferencias en forma de vibraciones, acontecimientos o circunstancias que se hallan fuera de su camino. A una persona con ascendente Géminis le resulta fácil estar en armonía con la cualidad actual de los periódicos, las revistas, la radio o la televisión, porque este ascendente encierra la cualidad de los medios de comunicación. Al mismo tiempo, una persona con ascendente Aries estará en armonía con las vibraciones de la conciencia que guardan relación con la actividad personal y el enfrentamiento valeroso a los desafíos que plantea la vida. Existen muchas cualidades diferentes de vibraciones y experiencias en el mundo exterior. Cada ascendente centra su armonía selectivamente en aquellas experiencias que se le parecen más. A causa de ello, cada ascendente posee una percepción distinta de la vida. Y sin tener en cuenta lo que haya en el resto de su carta, el individuo experimentará su relación con la vida a través de las percepciones centradas de su ascendente. De este modo, el ascendente gobierna el resto de la carta. Si una persona emplea su ascendente de la forma correcta, le resultará fácil estar en armonía tanto consigo mismo como con su entorno.

Para comprender esto, debemos comprender el verdadero significado del ascendente. Representa el signo que aparece en el horizonte cuando sale el sol. Si un individuo contempla la salida el sol durante unos minutos, no le será difícil percibir la cualidad del día que traerá consigo. El amanecer simboliza la esperanza, el optimismo y el nacimiento de lo que será. El signo que se eleva hacia el ascendente a la salida del sol (el signo ascendente) es la lente a través de la cual las personas ven la salida del sol.  Así pues, colorea las expecttivas del individuo para el día siempre favorecedor.

El sol sale cada mañana y aparece en distintos signos ascendentes. Pero, desde un punto de vista individual, cada persona lleva su propio signo ascendente durante toda la vida. Sus esperanzas acerca de lo que le resultará favorecedor en su futuro particular se filtran siempre a través del mismo ascendente. Si todos utilizamos nuestro ascendente de forma correcta, permitiendo que centre la carta en el punto de conciencia del mundo que más en consonancia esté con el ascendente, y regulando la entrada y salida de la corriente de información y experiencias que atraviesan el ascendente, entonces podremos aspirar a alcanzar muchas de las cosas que esperamos de nosotros. Sin embargo, ¿cómo podemos regular la entrada y salida de experiencias, teniendo en cuenta nuestra relación con el mundo externo, sobre el cual, al parecer, no ejercemos control alguno? Es cierto que el mundo seguirá su curso de hechos cambiantes sin tomar en consideración nuestros deseos. No obstante, no todos los acontecimientos del mundo son para nosotros. A menudo, cuando nos sentimos inseguros en nuestro entorno, tendemos a asimilar más factores externos de los que necesitamos. Por el contrario, cuando nos sentimos seguros, tan sólo recibimos aquello que necesitamos para nuestro rendimiento. Los individuos inseguros tienden a alargar las manos en todas direcciones, buscando “asideros” o “barandillas” en la vida a los que aferrarse. Estas personas suelen considerar casi todos los factores externos como algo que les permite adquirir mayor seguridad que aquello que perciben en su ser interior. Ven el mundo exterior como un ente pleno, mientras que el mundo interior es para ellos algo vacío.

Así pues, tienden a asimilar como un imán todo aquello que pueda proporcionarles más seguridad dentro de sí mismos. En consecuencia, absorben indiscriminadamente más cosas de las que su ser interno es capaz de asimilar. La consiguiente falta de comprensión no hace sino perpetuar la inseguridad original que experimentan. En cambio, las personas seguras saben absorber selectivamente lo que necesitan para su rendimiento creativo.

La cuestión de la seguridad o la inseguridad, que a menudo intentamos resolver prestando gran atención a los complejos psicológicos, es en realidad una cuestión de en qué medida sabe el individuo utilizar su su ascendente como filtro. Si una persona permanece dentro del ascendente, anclado al ser interior, nada de lo que perciba del mundo exterior debilitará las raíces de su estabilidad. Por el contrario, si el individuo intenta percibirse  a sí mismo desde fuera del ascendente, observándose a través de los ojos de los demás, lo que está haciendo es construir su vida sobre una falsa sensación de seguridad. En tal caso, tenderá a emitir juicios sobre el modo en que su carta debería funcionar, en relación con lo que ha creado en el mundo exterior. Por lo tanto, llevará un modo de vida caracterizado por el hecho de “estar en el exterior mirando hacia el interior”. El entorno se convierte en el centro que el ser interior intenta complacer constantemente. Puesto que el entorno no deja de cambiar, el centro del círculo que el ser interior mueve sin cesar también cambia. Bajo tales circunstancias, resulta imposible crear un marco de referencia, ya que el punto de conciencia del individuo cambia continuamente. Aún cuando el ser interior pudiera satisfacer las exigencias inquietas y volubles que identifica como el entorno, no podrá experimentar la satisfacción de ninguna forma.

La plenitud en cualquier área de la vida debe proceder de la fuente. El universo se autosatisface impersonalmente, mientras que los individuos pueden alcanzar la plenitud de un modo personal. Pero un individuo no puede satisfacer personalmente el universo, ni éste puede satisfacer impersonalmente al individuo. La persona emplea el ascendente de un modo saludable cuando comprende que el universo tiene mucho que ofrecer a aquellos que permanecen en su centro. Y desde este mismo centro, el individuo también tiene mucho que ofrecer al universo. Lo más importante es comprender que el punto de conciencia de cada persona debe poseer un marco de referencia individual si se pretende que tenga algún significado.

A fin de utilizar el ascendente de forma correcta, uno debe saber que percibirse a sí mismo de acuerdo con las expectativas del mundo equivale a identificarse con el universo impersonal y cambiante, al que no le importa si un individuo en particular lleva una vida plena o no. sin embargo, percibir el lugar de uno en el universo desde la perspectiva personal del ascendente ya es otra historia. Consideremos el modo en que estas dos perspectivas provocan que el ascendente funcione de formas diferentes.

En el primer caso, la persona vive fuera de sí misma, ya que se identifica con el universo impersonal. La conciencia universal gobierna la asimilación y el empleo de energía (a través del ascendente). Toda la carta vibra al son de las exigencias del mundo externo, en lugar de hacerlo de acuerdo con un sentido personal del ser. La asimilación y el rendimiento a menudo parecen hallarse fuera del control personal, por lo que la vida se convierte en una serie de experiencias que vienen dictadas impersonalmente por los caprichos volubles de la conciencia externa. En el segundo caso, el individuo se ve personalmente como uno de los numerosos actores que contribuyen a la conciencia universal. La corriente de entrada y salida (a través del ascendente) se convierte más o menos en una cuestión selectiva de control individual. Así pues, uno es o bien un gota en el océano, arrastrado de un lado a otro por la corriente impersonal cambiante o, por el contrario, puede contemplar el océano, pescar en él, remar en él, extraer agua, conciencia o inspiración, y, en definitiva, aprender a expresar su esencia de un modo selectivo. En el primer caso, el individuo vive sin poder controlar su vida. Atravesará tiempos difíciles que a la larga pueden convencerle de que el universo está poniendo a prueba su capacidad para sobrevivir.  En el segundo caso, el individuo puede sentir de un modo determinado y significativo la esencia de su ser interior, gracias a las partes de la conciencia universal con las que está más en consonancia. Así pues, si se utiliza el ascendente de la forma correcta, éste puede ser el centro de conciencia desde el que el individuo puede averiguar cuál es su papel creativo en el escenario en constante cambio que le rodea.

El ascendente desempeña un papel preponderante en el modo en que cumplimos nuestro destino kármico. Algunos individuos cumplen buena parte de su karma más pesado durante la juventud, mientras que  otros tienden  arrastrar las cargas de su karma hasta una edad mucho más avanzada. Superar los efectos negativos de las causas de vidas pasadas así como aprender a transformar los modelos en formas de expresión más positivas y productivas, se convierte en una cuestión de aprender a centrarse en las condiciones que precisamos para ser cambiados.

Los individuos que nunca aprende a centrarse no tienen muchas posibilidades de aliviar sus cargas kármicas. Por el contrario, si una persona utiliza su ascendente de forma correcta, éste se convertirá en la puerta a través de la que las nuevas experiencias nos ayudarán a reestructurar modelos pasados negativos. Para alcanzar el éxito, es importante que aprendamos a vivir de acuerdo con las energías de nuestra carta, en lugar de situarnos en el exterior y mirar hacia el interior. Desde un punto de vista kármico, los individuos que intentan complacer a un mundo impersonal identificándose con él, que intentan hacer que las energías de su carta (que son kármicamente individuales) encajen en el todo colectivo, pueden hallar una paz momentánea. Pero a largo plazo, estas personas descubrirán que no han hecho casi nada para desarrollar su karma individual. El todo colectivo siempre cambia, mientras que nuestro ascendente es el mismo durante toda la vida. Es importante que nos adaptemos a las condiciones cambiantes del mundo exterior, pero aún lo es más que nos identifiquemos selectivamente con las condiciones que afecten de forma directa la evolución de nuestro karma. En tal caso, el ascendente se convertirá en la puerta a través de la que recibiremos y expresaremos selectivamente aquello para lo que nuestro ser está preparado.


viernes, 10 de agosto de 2012

Algunas Bases Psicomágicas


Texto de Alejandro Jodorowsky, perteneciente al libro "Psicomagia".

  • No existe el fracaso, es sencillamente un cambio de camino.
  • Para llegar a ser lo que eres, debes ir por donde no eres.
  • La mayor felicidad consiste en llegar a ser lo que se es.
  • Limpia tu baúl (material inservible que acumulas), tira tus medallas de cobre.
  • El arte viene del inconsciente colectivo, no es una propiedad privada.
  • En la vida hay tres movimientos: creación, conservación y destrucción. Lo que es lo mismo: creamos, momificamos y destruimos para volver a crear.
  • Las ideas necesitan de tiempo para ser comprendidas, alguna vez nos meten un “gol psicológico”. Ese gol es algo nuevo, que irrumpe en nuestro ser saltándose todas nuestras defensas. Sabemos que toda nueva idea asimilada provoca un cambio, cambio es igual a muerte, lo que provoca que nos aterremos.

jueves, 2 de agosto de 2012

Percepción Mística


Texto de Alice Bailey

Existe una cualidad peculiar en todo ser humano, característica innata e inherente, inevitablemente presente, a la que podríamos dar el nombre de “percepción mística”. Empleo el término en un sentido mucho más amplio que el que se le da generalmente, y quisiera que consideraran esta cualidad de percepción mística como si incluyera:

  1. La visión mística del alma, de Dios y del universo.
  2. El poder de entrar en contacto y valorar el mundo de significados, el mundo subjetivo de la emergente realidad.
  3. El poder de amar y de ir hacia aquello que no es el yo inferior.
  4. La capacidad de captar e intuír ideas.
  5. La habilidad de presentir lo desconocido, lo deseable y lo deseado, la consiguiente determinación y perseverancia que permite al hombre buscar, investigar e ir tras esa realidad desconocida, tendencia mística que ha traído a la existencia a los grandes y famosos místicos del mundo y a innumerables exploradores, descubridores e inventores.
  6. El poder de sentir, registrar y plasmar lo bueno, lo bello y lo verdadero. Esto ha hecho surgir al escritor, al poeta al artista y al arquitecto.
  7. El ansia de descubrir y penetrar los secretos de Dios y de la naturaleza. Esto ha hecho surgir al científico y al religioso.
Por el estudio de estas definiciones observarán cuán incluyente es el término “percepción mística”. No es ni más ni menos que el poder innato en el hombre para alcanzar y aferrarse a lo más grande y mejor que él, lo cual lo ha impelido a avanzar a través de civilizaciones y culturas que se desarrollaron progresivamente, y hoy está al borde de un nuevo reino de la naturaleza. 

La “percepción mística” es el poder de valorar y esforzarse por alcanzar lo que aparentemente es inalcanzable.