miércoles, 21 de enero de 2009

El Signo de Acuario



El Sol ha ingresado en Acuario. Por eso, deseo compartir con todos ustedes algo diferente para reflexionar sobre la naturaleza esencial y más profunda de lo que simboliza el undécimo signo zodiacal. Se trata de un relato maravilloso que pertenece a Rudolf Steiner (Trad. Heinz Wilda). Ha sido extraído del libro "Las Fuerzas Zodiacales, su actuación en el alma humana", de Gudrun Burkhard, editado en Argentina por la Editorial Antroposófica. (Al pie de la página aparece la siguiente cita: Vier Mysteriendramen. GA-Nr. 14, II: Die Prufung der Seele * 4a. Ed. Dornach: Rudolf Steiner Verlag. 1981.)



El milagro de la fuente


"Había una vez un niño, hijo único de un guardabosques pobre, que crecía en la soledad del bosque. Además de sus padres conocía a pocas personas. Tenía una estructura frágil y su piel era casi transparente. Era fascinante mirar sus ojos, pues eran fuente de los más profundos milagros del espíritu, y aunque pocas personas entraban en el ámbito de su vida, al niño no le faltaban amigos.

Cuando la luz dorada del Sol relucía en las montañas de los alrededores, la mirada pensativa del niño inspiraba en su alma el oro del espíritu; la disposición de su corazón se tornaba cual aurora. Pero cuando las nubes oscuras impedían los rayos de la aurora, y un clima sombrío cubría todas las cumbres, la mirada del niño era triste y su corazón melancólico.

Estaba entregado a la vida espiritual de su pequeño mundo, que no le era más extraño que los miembros de su cuerpo. Los árboles y las flores del bosque también eran sus amigos. Desde las copas de los árboles, los pétalos de las flores y las cumbres de las montañas, le hablaban seres espirituales y él comprendía lo que ellos le susurraban. Los milagros de los mundos ocultos se le abrían cuando su alma conversaba con lo que parece inanimado para la mayoría de las personas.

Frecuentemente los padres, preocupados, sentían la falta del querido hijo. En estas ocasiones él se hallaba en otro lugar, donde nacía de la roca una fuente, salpicando las piedras con millares de gotitas. Cuando el brillo plateado de la luz lunar se reflejaba en fantasmagóricos colores en el torrente de las gotas, el niño podía permanecer durante horas al lado de la fuente. Ante su visión clarividente aparecían formas fantásticas en el juego del agua y en el titilar de la claridad lunar. Las formas se condensaban en tres imágenes de mujeres, que le hablaban de aquellas cosas ansiadas por su alma.

Una vez, una noche de verano en que el niño estaba sentado junto a la fuente, una de las mujeres golpeó en millares de pedacitos el juego colorido de gotas de agua, y las dio a la segunda mujer. Esta moldeó con las gotitas un cáliz de brillo argentino y lo entregó a la tercera mujer. Esta lo llenó de luz plateada y se lo dio al niño, que había presenciado todo con su videncia.

La noche siguiente a esta experiencia, él soñó que un dragón feroz le robaba el cáliz. Después de esa noche el niño vivenció el milagro de la fuente tres veces más. Pero luego las mujeres no aparecieron más, ni siquiera cuando él se sentara en meditación al lado de la fuente bañado por la luz de la luna.

Pasaron trescientas sesenta semanas desde la última vez en que las mujeres se le aparecieran. El niño hacía ya mucho que se había tornado hombre, y se había mudado de la casa paterna y del bosque a una ciudad extraña. Una tarde, cansado del trabajo, pensando en lo que la vida tenía para ofrecerle, se sintió de repente como el niño que fue, traspuesto a su fuente en la roca, y nuevamente vio a las mujeres del agua. Pero esta vez las escuchó hablar.

La primera le dijo:
- Recuérdame toda vez que te sientas solitario en la vida. Yo atraigo la visión anímica del hombre hacia las distancias etéricas y las amplitudes estelares. Y a quien quiera sentirme, extiendo la poción de la esperanza vital de mi copa milagrosa.

La segunda también le habló, diciéndole lo siguiente:
- No te olvides de mí en los momentos que necesites de tu coraje. Yo dirijo los instintos del corazón del hombre hacia las profundidades del alma y las alturas del espíritu. Y para quien busca sus fuerzas conmigo yo forjo la energía de la fe en la vida, con mi martillo milagroso.

Y la tercera se manifestó así:
- Alza tu mirar espiritual hacia mí cuando los enigmas de la vida te asedien. Yo tejo los hilos de los pensamientos en los laberintos de la vida y en la profundidad del alma. Y para quien tenga confianza en mí yo tejo los rayos del amor a la vida en mi telar milagroso.

En la noche que siguió a aquella experiencia el hombre soñó que un dragón feroz andaba furtivamente a su alrededor, pero no podía aproximarse a él: lo protegían las criaturas que en otro momento había vislumbrado en la fuente de la roca y que lo venían acompañando desde su tierra natal hasta ese lugar extraño."


jueves, 15 de enero de 2009

El ego, el lado conciente de la personalidad




El texto siguiente pertenece a Carl G. Jung y forma parte del libro “Espejos del Yo - Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestra vida -", de Christine Downing. 


Los interesados en obtener la versión online de dicho libro, pueden solicitarla por mail a:  astrologiaparacomprenderlavida@gmail.com



Aunque sus fundamentos son relativamente desconocidos e inconscientes, el ego es un factor consciente por excelencia. Incluso es una adquisición empírica de la existencia individual. Parece surgir en primer lugar de la colisión entre el factor somático y el entorno, y, una vez establecido como sujeto, se desarrolla a partir de nuevas colisiones con el entorno y el mundo interior.

A pesar de la ilimitada extensión de sus fundamentos, el ego nunca es más ni menos que el conjunto de la conciencia. En tanto que factor consciente el ego podría, al menos en teoría, ser descrito completamente. Pero ello sólo daría una imagen de la personalidad consciente; faltarían todas esas facetas que son desconocidas o inconscientes para el sujeto. Una imagen completa debería incluirlas. Pero una descripción total de la personalidad es, aun en teoría, absolutamente imposible, porque su porción inconsciente no puede ser aprehendida. Esta porción inconsciente, como la experiencia ha mostrado con profusión, que de ningún modo carece de importancia. Por el contrario, las cualidades más decisivas de una persona suelen ser inconscientes y sólo pueden ser percibidas por quienes nos rodean, o han de ser laboriosamente descubiertas con ayuda exterior.

Claramente, la personalidad como fenómeno global no coincide con el ego, es decir, con el conjunto de la personalidad consciente, sino que constituye una magnitud que ha de ser distinguida del ego. Naturalmente, semejante distinción sólo es necesaria para una psicología que tiene en cuenta la existencia del inconsciente, pero para esta psicología tal distinción es de primordial importancia.

He sugerido denominar «Yo» [das Selbst] a la personalidad total que, aunque presente, no puede ser plenamente conocida. Por definición, el ego [das Ich] está subordinado al Yo y se relaciona con él como la parte con el todo.

Dentro del campo de la conciencia hay, como suele decirse, libre albedrío. Con este concepto no me refiero a nada filosófico, sino sólo al conocido hecho psicológico de la libertad de decisión correspondiente a la sensación subjetiva de libertad. Pero así como nuestro libre albedrío choca con las necesidades del entorno, también encuentra sus límites más allá de la conciencia en el mundo interior subjetivo, es decir, entra en conflicto con las realidades del Yo. Y así como las circunstancias exteriores nos acontecen y nos limitan, del mismo modo el Yo actúa sobre el ego como algo objetivamente dado que la libertad de nuestro albedrío poco puede hacer para alterar. Incluso es un hecho conocido que el ego no sólo no puede hacer nada contra el Yo, sino que en ocasiones es efectivamente asimilado por componentes inconscientes de la personalidad que están desarrollándose y se ve enormemente alterado por ellos.

Debido a su naturaleza, la única descripción general del ego que puede darse es de tipo formal. Cualquier otro modo de observación debería dar cuenta de la individualidad que se adhiere al ego como una de sus características principales.

Aunque los numerosos elementos que componen este complejo factor son en todas partes los mismos, varían infinitamente en cuanto a su claridad, su matiz emocional y su extensión. Por tanto, el resultado de su combinación -el ego- es, en la medida en que se deja esbozar, individual y único, manteniendo su identidad hasta cierto punto. Dicha estabilidad es relativa, ya que pueden ocurrir en ocasiones cambios de personalidad de gran alcance. Tales alteraciones no tienen por qué ser siempre patológicas; pueden también formar parte del desarrollo y por ello caer dentro del ámbito de lo normal.

En tanto que punto de referencia del campo de la conciencia, el ego es el sujeto de todos los movimientos adaptativos, en la medida en que son efectuados por la voluntad. Por ello el ego desempeña un papel significativo en la economía psíquica. Ahí su posición es tan importante que no carece de buenas razones el prejuicio de que el ego constituye el centro de la personalidad o de que el campo de la conciencia es la psique misma.

Dejando aparte las alusiones de Leibniz, Kant, Schelling y Schopenhauer, y los esbozos de Carus y von Hartmann, es sólo a partir de fines del siglo diecinueve cuando la psicología moderna, con sus métodos inductivos, ha descubierto los fundamentos de la conciencia y probado empíricamente la existencia de una psique exterior a la conciencia. Con este descubrimiento la posición del ego, hasta entonces absoluta, quedó relativizada; es decir, aunque continúa siendo el centro del campo de la conciencia, es dudoso que constituya el centro de la personalidad. Es parte de la personalidad, pero no el conjunto de ella.

Como he mencionado, es sencillamente imposible estimar lo grande o pequeña que es su parte, o en otras palabras, hasta qué punto es libre o dependiente de las cualidades de esta psique exterior a la conciencia. Sólo podemos decir que su libertad es limitada y que su dependencia ha sido a menudo decisivamente probada.