jueves, 24 de abril de 2014

Astrología y Educación

La Astrología puede ser utilizada como fuente de recursos para la educación del individuo. El estudio del Zodíaco y de los planetas –entre otros factores astrológicos- revela el misterio de todos los procesos de la vida y de la construcción del aparato psíquico.

Hace muchos años, llevada por mi vocación de curiosa y por mi propia historia, descubrí en la Astrología centrada en el desarrollo de la conciencia -que excluye horóscopos y predicciones- algo mucho más valioso: recursos para incrementar la comprensión.

Desde entonces me dedico a la investigación de la Astrología como lenguaje simbólico y, honestamente, no veo el valor de hacer cartas natales o de formar consultores astrológicos que sepan hacerlas, si es para seguir alimentando las viejas formas de pensamiento que ya no sirven, a juzgar por lo que muestra la realidad actual.

La Astrología puede -y debería en el futuro- ser aplicada exclusivamente en la educación del individuo, mediante procesos de aprendizaje que promuevan el desarrollo de su conciencia.

Como ejemplo, hablaré del Zodíaco y de los planetas, aunque existen otros factores astrológicos a considerar.

El Zodíaco –descartando la tradicional tendencia a describir las “características” de cada signo-, representa un diseño aplicable a todo proceso de la vida -sea físico o simbólico- que se despliega en doce fases o etapas, correspondiendo cada una a un signo zodiacal. En el mismo, se refleja el viaje arquetípico de la conciencia por los desafíos y transformaciones de cualquier proceso, desde su inicio (en Aries) hasta su consumación (en Piscis).

En un orden diferente de la existencia, los planetas simbolizan el proceso de formación y desarrollo del aparato psíquico del individuo. La Pirámide Caldea, cuya representación gráfica es la siguiente,

                                                                     

se halla constituída por los planetas personales y sociales -desde la Luna hasta Saturno- ubicados en cada uno de sus peldaños, mientras que los planetas exteriores o transpersonales -Urano, Neptuno y Plutón- se sitúan afuera de la misma, simbolizando a las fuerzas de la evolución.  Describiré ahora el proceso al que me he referido más arriba, ascendiendo desde la base de la Pirámide (primer peldaño) hasta su cima (séptimo peldaño):

La Luna:
Somos gestados, nacemos y necesitamos seguridad, protección y nutrición. En la etapa de la crianza, nuestras necesidades deben ser satisfechas por quien ejerce la función materna; se forman nuestros hábitos y nuestro mundo emocional primario.

Mercurio:  
Surge el impulso de abrirnos a la experiencia. Aprendemos a hablar, a leer y escribir: empezamos a comunicarnos, entrando en relación con el entorno inmediato.

Venus:
Descubrimos al otro, aparece el impulso al encuentro y la unión. Somos como espejos en los cuales nos reflejamos mutuamente: en el vínculo y el intercambio con el otro nos vamos conociendo y reconociendo.

El Sol:  
Símbolo de nuestra esencia. Sólo después de habernos relacionado con los otros estaremos en condiciones de saber quiénes somos: autoconciencia.

Marte:
Conscientes de nuestra identidad, reconocemos nuestro deseo, salimos a conquistarlo y, una vez conquistado, lo defendemos. Aprendemos a hacernos valer.

Júpiter:
Despiertan ideales y aspiraciones, descubrimos nuestra vocación; se forman creencias y puntos de vista; empezamos a crecer y a expandirnos, en lo material y en lo espiritual.

Saturno:
Llegados al último peldaño, y habiendo construído una estructura psíquica, estamos capacitados para construir lo propio. Aprendemos el valor del compromiso y de la responsabilidad. Aquí, sabiduría es sinónimo de vivir en armonía con la realidad. Sólo así alcanzamos la plenitud; de lo contrario, nos espera la insatisfacción. Maduración.

En este proceso arquetípico se estructura el aparato psíquico, después de lo cual estamos preparados para enfrentar a las fuerzas de la evolución, simbolizadas por los planetas transpersonales situados afuera de la Pirámide: Urano, Neptuno y Plutón.  Para la Astrología, ellos representan las experiencias que llegan -muchas veces vividas como la irrupción del destino- para desestructurarnos, despojándonos de lo que ya no sirve en nuestra vida; nos sensibilizan, disolviendo o desintegrando nuestro yo. Experiencias alquímicas, provocadoras de vivencias de muerte y renacimiento. 

Con cada ciclo que se cierra, debemos comenzar un nuevo ascenso simbólico por los peldaños de la Pirámide, para construir un nuevo yo pero en un nivel diferente de conciencia. Esto significa que volveremos a recorrerla infinidad de veces, en un viaje que se repetirá periódicamente, afrontando cada vez nuevos desafíos. Se ofrece así a nuestra conciencia la oportunidad de abrirse más a la totalidad que nos rodea, siempre que podamos vencer nuestras resistencias ejercitando la capacidad de adaptación.

Hoy es mucho más creativo abordar la Astrología mediante un proceso de aprendizaje individual que solicitando la interpretación –no la lectura- de una carta natal.  Quien lo intente, comenzará a escucharse a sí mismo, hallando las respuestas que guarda en su interior.

En síntesis, la enseñanza de la Astrología para la educación del individuo brinda recursos que le permiten avanzar en la dirección de su autonomía. De lo contrario, la Astrología corre el riesgo de constituírse en un condicionamiento más, como lo ha sido en el pasado y lo es aún en el presente, cuando sólo se limita a cumplir una engañosa e ilusoria función predictiva.