domingo, 21 de abril de 2013

Los Aspectos Planetarios como Fases de una Relación


Fragmento del libro "La Práctica de la Astrología", de Dane Rudhyar 

Para la mayoría de las personas resulta bastante difícil pensar en términos de «tiempo que avanza» y «conexión entre varias cosas». Después de muchos siglos de civilización en que se ha propugnado una aproximación intelectual a la vida, nos hemos acostumbrado a pensar en entidades separadas y permanentes, emplazadas en lugares distintos y muy definidos en un espacio estático. Estas entidades podrían cambiar de apariencia, pero en el pasado les hemos atribuido una integridad abstracta, una identidad inalterable. Ya fuesen jóvenes, maduras o seniles, ya se encontrasen en relativa soledad o implicados en profundas relaciones con otras entidades, se les ha dado un nombre preciso y hemos creído que siempre serán lo mismo.

Esta forma «clásica» de comprensión mental de la vida y de los hombres ha ido cambiando gradualmente en el presente siglo. Y la presión de dicho cambio está obligando a los astrólogos a reorientar y reinterpretar sus propias ideas esenciales y sus símbolos. Los libros de astrología suelen hablar generalmente de Júpiter y de Saturno -y de todos los demás elementos- como si fueran unas entidades determinadas que significan siempre lo mismo sin importar el contexto en que se encuentran. Es común en la enseñanza de la astrología considerar que las cuadraturas, los trígonos, las oposiciones, etc., tienen un significado general inmutable. De hecho, también los planetas y los aspectos han estado divididos durante siglos en dos categorías: los «buenos» y los «malos», los benéficos y los maléficos.

Obviamente, así se simplifican mucho las cosas. Se presenta frente a nosotros un claro panorama, un universo en blanco y negro, donde el bien y el mal luchan sin cesar para controlar las entidades separadas, que, individualmente, se salvan o se pierden, son glorificadas o destruidas. El pensamiento contemporáneo supone un desafio frente a esta filosofía de la vida «a la antigua» y a su individualismo atomista. Ahora se ve al universo como un conjunto cuyas partes están conectadas entre sí y dependen unas de otras, un organismo de alcance cósmico. Y la realidad fundamental de este universo no es la entidad separada que va hacia su propia salvación o condenación, sino la relación entre todas las partes que componen el conjunto cósmico.

En términos astrológicos esto significa que la interrelación de todos los cuerpos celestes dentro del sistema solar (y en todo el espacio en general) es lo que cuenta verdaderamente, y que cualquiera de esos cuerpos puede tener, bajo especiales condiciones de relación, prácticamente cualquier significado, incluso el totalmente opuesto al aceptado tradicionalmente. De igual forma, el individuo humano más elevado puede, bajo la presión de una serie de relaciones especiales, llegar a ser muy destructivo en sus acciones. Esto se define diciendo que todo tiende a convertirse en su opuesto. Afirmación que resulta demasiado simplista, ya que una «entidad» no se convierte en lo opuesto de lo que es, sino que una «relación» puede invertir su polaridad, por ejemplo, el amor se convierte en odio, la pasión sensual se torna devoción mística, etc.

Es sobre la base de tal comprensión de la vida y de la interrelación universal donde la nueva astrología formula de nuevo el concepto de los aspectos planetarios. No considera a la ya mencionada cuadratura de Júpiter y Saturno como «algo en sí misma», sino, más bien, como una fase de la relación cíclica de  Júpiter y Saturno. El hecho de que ambos planetas estén a 90 grados de distancia el uno del otro no dice lo suficiente como para considerarlo significativo. Lo que sí es significativo es que un ciclo especifico de la relación entre Júpiter y Saturno ha llegado a una fase especifica de su desarrollo.

En mi obra "El Ciclo de las Lunaciones" expongo que una «cuadratura creciente» y una «cuadratura decreciente» tienen distintos significados; esto es, si Júpiter (el planeta más rápido) está a 10° Leo y Saturno a 10° Escorpio la cuadratura que forman es una cuadratura decreciente (similar a la cuadratura del «último cuarto» o cuarto menguante del ciclo entre la Luna y el Sol, el ciclo de las lunaciones); pero si el planeta más lento, Saturno, se encuentra a 10° Leo y Júpiter está a 10° Escorpio, entonces su cuadratura es creciente (del primer cuarto). En otras palabras, el ciclo de relación entre Júpiter y Saturno comienza con su conjunción y termina en su oposición. Cualquier fase de este ciclo, esto es, cualquier aspecto formado por Júpiter y Saturno durante el período que va de una conjunción a otra, debe considerarse dentro del marco de referencia del ciclo completo.

Posteriormente, en un estudio más amplio, deberían considerarse también dentro del marco de referencia general del vasto ciclo de interrelaciones planetarias donde se incluyen todos los componentes del sistema solar.

Es evidente que esto proporciona a la teoría astrológica un carácter más complejo que el que aparece en la mayoría de los libros de texto. Al igual que la física de Einstein, es mucho más compleja que la de Newton. Si deseamos tratar de los sucesos físicos obvios para nuestros sentidos, las leyes de Newton funcionan satisfactoriamente; y la astrología clásica, que trabajaba con unos significados definidos para cada posición y aspecto planetario, también funcionaba bien en relación con el tipo de sociedad en que vivían las personas del siglo XVII.

Pero hoy nos enfrentamos con un mundo diferente, un mundo de energía atómica y de vastas metrópolis, de carteles y comercio, con relaciones sociales y personales tan complejas y fluidas que gran número de individuos se ven atrapados en dificultades sociales y en condicionamientos psicológicos ante los cuales las viejas técnicas nada pueden hacer. Para esta clase de mundo es para lo que necesitamos a la astrología, tal como los físicos necesitaron una nueva álgebra y una nueva física para controlar las transformaciones y las desintegraciones atómicas, incluso a pesar de que los conceptos clásicos de física y astrología siguen siendo de mucha utilidad en lo que respecta a situaciones y problemas típicos.

Aspectos “buenos” y “malos”

Entre los conceptos tradicionales de esta astrología que necesita una revisión y una nueva interpretación está la idea típica de que aspectos tales como las cuadraturas y las oposiciones son «malos», mientras que los trígonos y los sextiles son «buenos».

Tal creencia no tiene sentido alguno en la clase de astrología que consideramos en este libro, ya que las cuadraturas son fases tan normales y necesarias en la relación cíclica entre dos planetas en movimiento, como lo puedan ser los trígonos o los sextiles. Lo malo, tal como lo entiende la persona media, deja de serlo cuando se puede demostrar que es tan normal y tan necesario como lo bueno.

Decimos que la enfermedad, el cáncer, son malos, y la afirmación es válida porque el cáncer no es normal ni necesario. Pero si decimos que la descomposición de la comida en sustancias químicas es un proceso maligno porque convierte a la zanahoria o al hígado de ternera en una pulpa amorfa; o si decimos que el reemplazo de células muertas por otras vivas, que se realiza en nuestro cuerpo, es «malo», tales afirmaciones no tienen validez alguna. Cada fase de la vida orgánica normal, cada función y cada proceso que sea parte integrante de una vida natural y saludable, tanto fisiológica como psicológicamente, debe ser bien recibido. No es ni bueno ni malo. Simplemente es un componente necesario de las actividades de la vida o de la personalidad. En cada organismo existe un equilibrio entre los procesos anabólicos (de formación) y catabólicos (de destrucción), pero llamar buenos a los primeros y malos a los segundos no tiene sentido. El desarrollo exagerado de cualquiera de los dos resulta perjudicial para la vida orgánica normal, para la salud del cuerpo y del alma.

Es cierto que el aumento progresivo de las actividades catabólicas con la edad conduce eventualmente a la muerte, pero decir que la muerte natural es mala carece de validez. Desde el punto de vista de la humanidad en conjunto, la muerte de seres humanos es una condición necesaria para el crecimiento evolutivo, teniendo en cuenta el nivel psicomental de la actual conciencia humana media. El carácter de un individuo y los límites de su posible desarrollo suelen estar bien precisados entre los veinte y los treinta años. Si se mantuvieran fijos durante siglos podría llegar a ser incluso una tragedia para la humanidad.

El proceso de la muerte representa para la humanidad lo que los procesos catabólicos de limpieza periódica de células muertas significa para un organismo sano. Se ha dicho que todas las células de nuestro cuerpo se renuevan completamente cada siete años. De forma parecida, toda una generación de seres humanos dura teóricamente un período de unos setenta años. El reemplazo catabólico de una generación por otra no es ni bueno ni malo; es la ley del desarrollo y crecimiento de la colectividad humana. Y si pensamos en términos de un individualismo de tipo espiritual, la entrada en el cuerpo y la posterior salida (nacimiento y muerte) son simples fases normales y necesarias del desarrollo cíclico del espíritu reencarnado.

Las calificaciones como bueno o malo no tienen sentido alguno cuando se aplican a cualquier fase de un proceso cíclico; y, desde un punto de vista trascendente y universal, cualquier acontecimiento puede verse como una fase necesaria dentro de un proceso más amplio. Una pulmonía puede señalarse como maligna porque no constituye una fase normal de nuestra vida corporal, las guerras y las purgas políticas son malas porque no son fases normales de la vida social de una comunidad particular.

No obstante, considerados dentro del marco del progreso espiritual de un alma (encarnación tras encarnación) o de la humanidad en conjunto, estos sucesos destructivos pueden aparecer
tan necesarios y beneficiosos como la forzada expulsión de las sustancias que no pueden ser asimiladas por el cuerpo.

Es tan sólo cuando aislamos el suceso personal o social de la historia completa del individuo o de la nación, y las cuadraturas, semicuadraturas y oposiciones del ciclo de relación planetaria, que estos sucesos y aspectos, considerados en sí mismos, parecen malignos y desafortunados.

Tal proceder destruye la integridad y el sentido del proceso vital. La vida y la personalidad se caracterizan por su capacidad de constante ajuste a las nuevas necesidades internas y situaciones externas. Decir que la cuadratura y la oposición son malos aspectos es negar esta posibilidad de reajuste, porque el reajuste necesita de la acción rápida cuando se enfrenta con una cuadratura que supone una situación o posibilidad nueva, y momentos de pausa (oposición) en que la conciencia es capaz de evaluar, objetiva y desapasionadamente, el propósito y el sentido de la acción. Durante las fases de la relación representadas por las cuadraturas puede haber mucho roce en las maniobras y entre los dos polos de la relación puede generarse demasiada precipitación o miedo; pero exponer la posibilidad de tales resultados negativos no es describir el sentido esencial de la cuadratura, es mostrar cómo un espíritu individual sin experiencia o un grupo social inmaduro pueden malinterpretar y desaprovechar la oportunidad especial de crecimiento que representa la cuadratura.

La imparcialidad me obliga a admitir que, siendo la mayoría de los individuos y de las naciones los torpes artífices de su propio destino, la cuadratura tiene, casi siempre, resultados negativos. Pero ¿se puede desechar la mecánica de un automóvil de la marca Chrysler simplemente porque un mal conductor haga chirriar toda la maquinaria a cada cambio de marchas? ¿Acaso se puede decir que está mal parar para consultar la dirección en un mapa, sólo porque algún conductor distraido se haya parado a mirar el mapa en mitad de una curva y haya provocado un accidente?

De todo lo anterior se deduce que cualquier aspecto planetario puede tomarse de dos formas. Desde el punto de vista del tiempo, es una fase del ciclo de relación entre dos planetas en movimiento, y para captar todo su sentido hay que tenerlo en cuenta en relación con el ciclo completo y, particularmente, con el comienzo del ciclo, la conjunción de los dos planetas. Es por esto que los astrólogos a menudo han dado mucha importancia al emplazamiento zodiacal de la Luna Nueva anterior al nacimiento; remitiendo la relación entre el Sol y la Luna en el momento del nacimiento (su aspecto), al comienzo del ciclo de lunación de que forma parte.

Desde el punto de vista del espacio, un aspecto entre dos planetas es tan sólo un ángulo del patrón planetario que aparece en el cielo en el nacimiento. Al igual que la forma de una nariz adquiere sentido estético según su contribución al carácter particular de una cara hermosa, aún cuando, como nariz, tiene por sí misma un sentido propio; asimismo, el aspecto no puede comprenderse ni interpretarse correctamente a menos que se tome como una parte del cuadro que representa la carta.

En el primer caso, la distinción entre aspectos buenos y malos no tiene sentido, porque ambos son fases necesarias y normales del proceso de vida y crecimiento, fases que, gradual y periódicamente, se suceden unas a otras. En el segundo, se puede establecer una analogía con los espacios blancos y negros de una fotografía, con las luces y las sombras de una obra de Rembrandt. ¿Tendría sentido decir que los espacios negros son malos y los blancos son buenos? La forma es el resultado de la juxtaposición e interacción de ambos. Y sin forma no puede haber una relación ni un sentido.