domingo, 16 de junio de 2013

Las Grandes Crisis de una Vida Humana

Capítulo 18 del libro “La Astrología y la psique moderna”, de Dane Rudhyar (Ediciones Kier, Argentina)

Todos sabemos que un cuerpo humano, durante su curso biológico, atraviesa una pauta de modificaciones; crece, madura y pierde gradualmente su capacidad de reacción y su energía vital. Sus órganos, particularmente sus glándulas endocrinas, que producen importantísimas hormonas, sufren a veces procesos de reajuste; el equilibrio armónico y delicado de sus actividades se perturba, luego se restablece (si todo marcha bien) de modo diferente. Lo que llamamos adolescencia y el “cambio de la vida” son los períodos que con más frecuencia se mencionan de estos reajustes orgánicos y glandulares, pues repercuten muy evidentemente sobre la vida emotiva y la conducta de las personas que los atraviesan. En el desarrollo de un individuo hay otras crisis que, aunque se relacionen con partes menos notables del cuerpo, son no obstante de profunda importancia en el desarrollo del carácter. Al “carácter” se lo puede definir de varios modos. A los fines de este artículo, diré que el vocablo se refiere a la actitud de una persona hacia su yo (o individualidad) en relación con la palabra en general, particularmente en relación con las personas con las que está estrechamente asociada, por parentesco, amistad o camaradería laboral.

Permítame que se lo explique: lo que establece su carácter es lo que, en la parte más profunda de usted, siente que usted es como persona, como yo. Puede sentirse inferior o superior, frustrado o seguro de sí mismo, deprimido por su incapacidad para actuar exitosamente o alegre y dispuesto a conquistar el mundo. Puede creerse un individuo único y lleno de un sentido de misión y destino; por instinto, o quizá por miedo o inseguridad muy arraigada, tal vez procure consolarse asumiendo la actitud de un conformista. Tal vez quiera singularizarse por que hace, por lo que usa, por lo que las inusitadas respuestas de sus sentimientos son para las situaciones ordinarias y extraordinarias de la vida; o quizá tema destacarse, sienta timidez, odie la publicidad, se apoye mucho en la tradición.

Sólo menciono los opuestos más evidentes de las actitudes del carácter, pero hay variedades sin fin. Cada tipo de carácter representa no sólo un particular sentimiento interior de lo que usted es como un yo, sino también un modo de afrontar todas las relaciones humanas y los desafíos pequeños o grandes de la vida cotidiana. “Yo” y “relación” son los dos polos de toda acción humana; y en un mapa natal astrológico, estos dos polos del carácter, siempre interconectados y complementarios, son representados por el ascendente y el descendente, las cúspides de las casas primera y séptima, que son las reales secciones oriental y occidental del horizonte en la hora del nacimiento. Los signos y grados del zodíaco que allí se hallen y cuanto planeta o planetas se “eleven” o “fijen” son los principales índices astrológicos, respectivamente, de lo que el yo significa para usted, el nativo, y de cómo usted enfoca más característicamente todas las relaciones humanas.

Los dos períodos arriba mencionados de cambios orgánicos, adolescencia y el “cambio de la vida”, tienen un efecto profundo sobre el desarrollo del carácter. Sin embargo, las que considero que son las crisis fundamentales en este desarrollo no llegan a estas épocas, sino años más tarde. Más precisamente, lo notable es un género de pauta sinusoide de desarrollo que se basa en un ritmo de 7 y de 14 años. Las civilizaciones antiguas conocieron el ciclo de 7 años en la vida humana; hallamos referencias a él también en nuestra sociedad cristiano-europea. Los educadores jesuitas solían decir que si ellos se encargaran de un niño durante los primeros siete años de su vida, no importaría lo que ocurriera después. Al siete se lo consideraba la “edad de la razón”, después de la cual se suponía que el niño era “responsable”. Algunos ocultistas europeos afirmaron que, a esa edad, el “alma” entra por primera vez en la personalidad del niño y puede actuar desde dentro de ella. Los catorce años se consideran habitualmente –esto depende de la herencia social y del clima- como la época de la pubertad. A los veintiuno, un niño o una niña definidamente “llega  a la mayoría de edad”, es aceptado como ciudadano elector, puede firmar contratos comerciales, etc.

Luego llega el vigésimo-octavo cumpleaños; y es a este período al que quiero prestar especial atención. Solía decirse que el largo normal o teórico de una vida humana era de “tres veintenas y diez”; pero en la actualidad, en América del Norte, la expectativa de vida está superando los setenta. Significativamente, puesto que Urano fue descubierto en la alborada de la era industrial y democrática, ahora tenemos un nuevo arquetipo –una pauta teórica- para una vida humana, pues el ciclo de revolución de Urano alrededor del zodíaco es casi exactamente 84 años. Al viejo tipo de pauta humana de vida se le sumaron catorce años. Ochenta y cuatro es doce por siete; así, tenemos un “zodíaco” de doce períodos completos de siete años.

Este zodíaco de 12 períodos se subdivide muy significativamente en tres períodos de veintiocho años. Podríamos decir que esto es como si, desde este punto de vista uraniano, una persona que naciera en Aries, fuera de 28 en Leo, de 56 en Sagitario. Hace muchos años, en mi libro “New Mansions for New Men”, yo hablaba de estos tres períodos como los nacimientos primero, segundo y tercero, o sea, nacimiento como un organismo físico determinado por herencia de sus padres y que se desarrolla biológicamente, luego psíquicamente, dentro de un medio social y cultural particular que desde el comienzo mismo moldea sus actitudes emocionales e intelectuales; después renacimiento como un individuo, afirmando (si todo marcha bien) su yo de manera individualizada a fin de cumplir un destino más o menos único; por último, un posible reajuste final de esta individualidad por medio del cual se posibilita una participación más madura, más en sazón y más sabia en los asuntos sociales.

Esto significa que, en esta pauta evolutiva teórica de 84 años hay dos crisis fundamentales: hacia los 28 y los 56 años. Cualquiera fuera su sexo, o cualesquiera empiecen a ser su medio ambiente y su cuerpo al nacer, en su más o menos madura vida de adulto hay dos grandes crisis durante las cuales podrá reorientar y transformar su carácter y la naturaleza de su capacidad para las relaciones humanas. Usted podrá “verse” inherentemente; como resultado, podrá también encontrarse con los demás de un modo nuevo. Podrá hacer eso entre los 27 y los 30 años de edad; lo podrá hacer una vez más entre los 56 y los 60 años de edad. Por supuesto, es probable que el cambio sea gradual durante toda su vida, particularmente cada siete años. Empero, durante los dos períodos de edad que acabamos de mencionar, la posibilidad de una transformación muy básica de su carácter y su respuesta muy esencial a la gente y a la sociedad se recalca, por lo común, muy vigorosamente. A menudo, puede recalcarse la cuestión de una crisis radical, y “crisis”, etimológicamente hablando, significa un período de decisión.

La razón de que yo hable de períodos de años (27 a 30 y 56 a 60), es porque durante estos períodos tocan a su fin y empiezan de nuevo varios ciclos astrológicos importantes. Mediante la consideración de la naturaleza y del significado de estos ciclos, uno debería poder entender mejor el significado de estas dos grandes crisis. Los principales ciclos a considerar son:

  1. El ciclo de cerca de los 27 años y medio de la Luna progresada, al final del cual ésta regresa a su posición natal.
  2. El ciclo de Saturno, que insume casi 30 años para llevar al planeta a su posición natal;
  3. El ciclo progresado de lunación de alrededor de 30 años, al final del cual el Sol y la Luna están en la misma posición relativa entre sí (o sea, aspecto) que estaban al nacer.
Debe comprenderse también que Júpiter y Saturno están en un aspecto opuesto a (complementario, pues, hacia) su aspecto natal. Por ejemplo, si al nacer estuvieran en conjunción, hacia los 30 años deberán estar en oposición. Esto es significativo porque en la segunda gran crisis del desarrollo individual, estarán, hacia los 59 años, en la misma posición relativa que al nacer, y lo que es más, alrededor de los mismos lugares zodiacales. El gran ciclo de Júpiter-Saturno es realmente un ciclo de los 59 a 60 años, aunque los dos planetas se encuentran cada 20 años.

Existe una situación similar, pero que se conoce menos, con respecto a los nodos de la Luna, que constituyen un eje importantísimo de un mapa natal, casi tan significativo, psicológicamente hablando, como el horizonte o el meridiano natal. Por supuesto, los nodos norte y sur están siempre en oposición mutua, pues los nodos son los dos extremos de una línea que corta el zodíaco, una línea producida por la intersección del plano de la eclíptica (en realidad, la órbita de la Tierra) y del plano de la revolución de la Luna alrededor de nuestro globo. Este eje del nodo relaciona simbólicamente la senda anual íntegra del Sol en movimiento aparente y la senda mensual de la Luna, así los componentes solar y lunar de la personalidad total de una persona. El nodo norte es esencialmente un punto de recepción de energía, de ingestión y asimilación; el nodo sur, un punto de liberación y dejar correr, ya se trate de la excreción del material no asimilado o innecesario o la proyección seminal, y puede haber una simiente psico-mental (como en las obras de un gran artista o una figura profética), lo mismo que una simiente biológica.

Los nodos insumen entre 18 y 19 años para efectuar un ciclo completo del zodíaco. Este está más cerca de los 19 años, y este ciclo de 19 años fue muy venerado en la antigüedad, particularmente en Persia. Tres de estos ciclos de nodos dan un promedio de casi exactamente 56 años, un hecho interesantísimo. Así, cuando una persona está por los 28 años, las posiciones de los nodos de la Luna en el zodíaco se invierten en comparación con sus posiciones natales: ha tenido lugar un ciclo y medio. El nodo norte está en el lugar ocupado al nacer por el nodo sur y viceversa. Esto significa que entre los 20 y los 30 años ocurre una clara inversión en la relación entre Júpiter y Saturno, y de modo parecido con respecto a las posiciones de nodos de la Luna. Por el otro lado, la Luna progresada termina su ciclo completo. La relación Sol-Luna, por progresión, es similar a la que era al nacer; y Saturno regresó también a su lugar natal. Si interpretamos estas indicaciones cíclicas juntas, podemos ver si se adecuan a lo que, al menos teórica o potencialmente, le está ocurriendo a un ser humano desde la edad de 28 a 30 años. La Luna y Saturno representan esencialmente a los dos padres, o en un sentido más genérico y psicológico, el género de “imágenes” que una persona joven construye, dentro de su consciencia, de la madre  y del  padre. El padre real tal vez sea muy diferente de estas imágenes; pero las imágenes constituyen la realidad efectiva de la relación que se construyó a través de los años entre el niño o adolescente y sus padres. Esta relación llega habitualmente mucho más allá que los padres mismos; se expande y generaliza en una relación entre el joven y su religión o su comunidad (una “imagen materna” extendida) y entre la juventud y todos los símbolos de autoridad y legalidad (“imagen paterna”).

Desde los 28 a los 30 años termina un ciclo con respecto a todas estas relaciones. Termina el primer período de crecimiento del carácter y de la individualidad; empieza uno nuevo o, por lo menos, puede y normalmente debe empezar. El primer período, que empezó con el nacimiento físico y la necesidad de asimilar gradualmente algo de la cultura y de la herencia socio-religiosa del medio ambiente del niño. El joven tal vez se adecue fácilmente a este medio ambiente y a las tradiciones de su pueblo; o quizá, en mayor o menos medida, se rebele contra lo que se presentó o se forzó sobre su personalidad en crecimiento. En uno u otro caso, este conjunto biológico, social y cultural de influencias le ata, pues nos ata aquello contra lo cual nos rebelamos o a lo cual odiamos, en la misma medida que aquello que seguimos pasivamente o amamos.

El primer período de los 28-30 años es un género de tesis; y naturalmente le sigue una antítesis. Es decir, el joven que durante estos casi 30 años vivió realmente, le gustara o no, dominado por influencias colectivas arribó ahora a la gran crisis en que realmente podrá empezar a afirmar su verdadera individualidad, su destino único, su función particular, en el universo, su “vocación” creadora (hasta cierto grado). Sin embargo, no es del todo seguro que efectuara semejante afirmación de la yoidad individual. Tal vez viva meramente como uno de los muchos que siguen pasivamente las modalidades ancestrales, sin nada que los distinga o diferencie. Pero si afirma su individualidad, es porque obtuvo una nueva perspectiva sobre su tradición; y, en astrología, a esta obtención de la perspectiva la representa el aspecto de la oposición.

Se invierte la relación Júpiter-Saturno de su mapa natal. Júpiter y Saturno son los planetas que simbolizan todos los procesos sociales y la relación de la persona con las instituciones de su sociedad, su cultura y su religión. Esta inversión da al joven en maduración una visión más objetiva de las tradiciones de su pueblo. Hubo una inversión similar cuando tenía 14-15 años, o sea, durante o inmediatamente después de la crisis de la adolescencia. Pero a los 30 años, la rebeldía de la adolescencia debería haberse estabilizado más porque el Saturno en tránsito está ahora ubicado donde estaba al nacer. La persona de 30 años de edad toca fondo; una vez más puede punzar sus raíces, pero ahora este fortalecimiento saturniano podrá operar en un nuevo nivel. Debería añadir también que hay un ciclo Júpiter-Saturno de 14 años de duración que puede relacionarse con los cambios de la consciencia social que ocurren potencialmente cada 14 años, o sea, a los 28 años.

A los 28 años, los nodos de la Luna también se invirtieron. Casi podría decirse que las fuerzas solar y lunar cambiaron de sitio mutuamente. La vitalidad solar recibida durante todos estos años podría liberarse a través de los medios lunares, o sea, a través de la personalidad que enfrente creadoramente los problemas cotidianos del ajuste biológico. Existe una situación similar durante el año décimo y el año trigésimo-octavo. Estos testimonian a menudo giros importantes de la pauta del destino, aunque por supuesto, no lo hagan en vidas que son muy poco dúctiles a temprana edad y que, en consecuencia, son menos sensibles a las potencialidades de transformaciónLas potencialidades, más bien que los acontecimientos fatídicos, son lo que una carta natal revela.

El ciclo de nodos de los 9-10 años y de los 18-19 años establece también la pauta de los eclipses. De esta manera, si hubiera eclipses alrededor de las horas de nacimiento que afecten planetas o ángulos natales sensitivos, éstos recurrirán en las edades antes mencionadas; y los eclipses pueden ser factores muy estimulantes, aunque a menudo causen problemas y dilemas, particularmente los lunares, que ocurren cuando el Sol y la Luna están en oposición (tiempo de Luna Llena).

Hoy en día, a una persona frecuentemente se la considera de “mediana edad” a los 56 años. Lo que ocurre, al menos teóricamente, es que entre los 56 y los 60 años, uno decide (inconscientemente o conscientemente) si los años por delante serán años de realización creadora y de cosecha, o de gradual asentamiento en la inevitable esclerosis del cuerpo y en la pérdida de intensidad orgánica y de la energía de auto-renovación por parte de la mente. Tal como lo que ocurrió en la época de la pubertad, hacia los 14 años, dio pábulo a factores orgánicos y psicológicos que fijan la etapa para la característica crisis de la autoexpresión, desde los 28 a los 30 años, de igual modo, lo que tuvo lugar durante la mitad de los cuarenta años (normalmete, el comienzo del “cambio de la vida”,al menos en el nivel psicológico) condiciona en gran medida la manera en que el individuo (si realmente es un individuo) afrontará el desafío de los 56 a los 60 años de edad. Alrededor de los 59 años, tanto Júpiter como Saturno regresan a sus lugares natales – Saturno por segunda vez, Júpiter por quinta vez -.

A los 56 años, el ciclo de Júpiter a Urano toca a su fin por cuarta vez; y empieza un quinto ciclo, con la posibilidad de un cambio de actitud socio-religiosa. Al mismo tiempo, se completa el tercer ciclo de los nodos de la Luna y se inicia un cuarto, que indica una renovación potencial de la pauta del destino y la integración de la personalidad en un cuarto nivel (de los 56 a los 74 años y medio). La Luna progresada completó su segundo ciclo alrededor del mapa natal durante el año número 55, pero la relación natal Sol-Luna se repite por progresión (ciclo progresado de lunación) alrededor de los 59 años. Esta edad de 59 años parece ser relamente la crisis en la mayoría de los casos; pero lo que entonces llega a su clímax empezó a menudo a desarrollarse alrededor de los 56 años de edad. Para cuando comienzan los 60 años de edad, la nueva tendencia debería haberse definido con claridad. Para los restantes años de vida se ha fijado una nota clave, o por lo menos, para el período de 14 años que termina entre los 70 y 72 años, tras los cuales empieza lo que puede hoy considerarse normalmente como la “vejez”. Por supuesto, ésta empieza realmente a los 60 si el individuo no asume una actitud positiva hacia el cambio de vibración biológica y de oportunidades.

Tal actitud positiva puede tener gran variedad de significados y resultados, que serán mayores en número en la medida en que esa persona, que llegó a las 56-60 años, más haya vivido verdaderamente individualizada, o sea, una vida que no tenga por pauta una rutina regular que se asocie con el promedio de la sociedad, con la norma completamente colectiva e indiferenciada. En Grecia, los 60 años se consideraban la “edad de la filosofía” porque, en un sentido más profundo, filosofía implica una búsqueda del significado esencial y de los valores fundamentales. Si los primeros 30 años pueden verse como una “tesis” y los segundos treinta años como la “antítesis”, los años que siguen tras los 60 deberían dar testimonio de un esfuerzo de “síntesis”. Entonces, debería ser claro el pleno significado de la relación de la vida colectiva de su pueblo (tesis) con su propia individualidad autoafirmada (antítesis). Sobre la base de este significado, un individuo puede actuar más sabiamente, puede ayudar a los otros a que vean el rumbo que él tal vez perdió o auxiliarlos para que sean más eficientes y productivos -y serenos al tiempo que son eficientes y productivos-. En realidad, puede llegar a ser un “filósofo” o un “estadista mayor”, capaz de comprender el significado de acontecimientos confusos en el trasfondo tanto de su muerte inminente (perspectiva de Saturno) y la vida continua de su comunidad, nación y humanidad (perspectiva de Júpiter).

Los varios ciclos de planetas en tránsito y progresados que empiezan entre los 56 y los 60 años abren al individuo la posibilidad de un “tercer nacimiento”. Lo repito: el primer nacimiento es el comienzo de la existencia biológica, el nacimiento como cuerpo y personalidad basado en el ejercicio de funciones corporales y sus patentes tendencias de la psique. El “segundo nacimiento”, entre los 28 y los 30 años
Es el comienzo teórico de la madurez como persona individual, el nacimiento de la individualidad verdadera. El “tercer nacimiento”, si es que ocurre, es un nacimiento en la “luz”, en la sabiduría, en el nivel del alma superindividual en lo que los valores individuales –la raza y la persona individual- hallan su ajuste de destino. El individuo aporta a su comunidad la cosecha espiritual o cultural-social de su experiencia. Puede por ello recibir honor y fama relativa, o por lo menos algún grado de seguridad social. En otros casos, su pueblo o los dirigentes intelectuales de su sociedad tal vez no aprecien el valor de esta cosecha, y los postreros años de la vida sean años de creciente aislamiento saturnino.

Un estudio de los tránsitos y progresiones planetarios al comienzo de cada uno de estos ciclos, que empiezan a los 28-30 años y a los 56-60 años, debe decir el astrólogo – capaz de “sentir” el pulso de tales ciclos – lo que podría esperarse del desarrollo total del individuo durante los períodos de los 28 o 30 años que siguen, o sea, cuál es más probable que sea este desarrollo, en qué dirección avanzará y cuán fácil o escabroso será el sendero.

Por ejemplo,  a Franklin D. Roosevelt lo eligieron para el Senado de New York cuando estaba cerca de   cumplir los 29 años de edad. A la sazón, Saturno se desplazaba hacia atrás y hacia delante, por tránsito sobre su posición natal en 6°5’ de Tauro. Para esa época, Plutón atravesaba su Marte natal, retrógrado en 27°1’ de Géminis en su casa décima. Géminis gobierna el sistema nervioso; la casa décima, la vida pública. A los once años lo atacó la poliomielitis, y parte de su sistema nervioso quedó paralizado. Su vida pública se centró alrededor de la vasta crisis de una profunda depresión económica y más tarde en la Segunda Guerra Mundial, simbolizada muy exactamente por Plutón en conjunción con un Marte particularmente crucial y elevado. En 1941, cuando tenía 59 años de edad, Saturno y Júpiter llegaron a las mismas posiciones relativas que tenían en la carta natal de F.D. Roosevelt, tras repetidas conjunciones en Tauro. Al nacer, F.D. Roosevelt tenía  Saturno, Neptuno, Júpiter y Plutón en  Tauro; en 1940-41-42 no sólo hubo conjunciones de Júpiter y Saturno, sino también de Saturno y Urano. Las primeras ocurrieron alrededor de su Neptuno natal, las últimas, casi exactamente en su Plutón natal, unos seis meses después de Pearl Harbor, indicaciones ominosas pero promesas de responsabilidades mundiales.

Antes de esto, en 1930, cuando se inició la Segunda Guerra Mundial, él tenía 48 años, Neptuno cruzaba el ascendente probable de Roosevelt. Urano cruzaba su Neptuno natal y su Júpiter a través de 1938, cuando los nodos de la Luna regresaban a sus lugares natales, justo antes de que cumpliera 56 años (1938). Júpiter vitalizaba, en su quinta casa natal, su conjunción acuariana Venus-Sol; Venus en tránsito estaba también allí, una vez más en conjunción con el Sol, la Luna y Júpiter. Así, este período íntegro estaba marcado por tránsitos significativos y potentes. Estos bien podrían evocar algo del destino mundial que fue el suyo después que cumpliera 56 años y la posibilidad de un final trágico pero glorioso.

Lo que alcanzó un clímax a los 56-57 años con la Segunda Guerra Mundial había comenzado a los 28-29 años, cuando F.D. Roosevelt entró en la arena política como Senador por New York. En su caso, la crisis de la mitad de los cuarenta asumió un carácter particularmente trágico: su lucha contra la parálisis. Pero sobre la base de esa lucha, ganó verdadera fortaleza de carácter, la cual posibilitó que llevase adelante vigorosamente vastas responsabilidades. Cuando contrajo la poliomielitis, Saturno había estado en conjunción con el ascendente de F. D. Roosevelt. Precisamente, cuando estaba a punto de asumir la Presidencia, en 1933, Saturno se desplazó sobre su Venus-Sol natales.