jueves, 16 de febrero de 2012

La Teoría de las Estructuras Disipadoras



Seguimos compartiendo fragmentos pertenecientes a libros de astrología de excelentes autores. Esta vez,  reflexiones de “Los dioses del cambio” (El dolor, las crisis y los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón), cuyo autor es Howard Sasportas.

En 1977 se concedió el Premio Nobel de química al científico belga Ilya Prigogine, por su teoría de las estructuras disipadoras, un trabajo que demostraba científicamente lo que muy bien sabían ya los antiguos chinos: que la tensión y la crisis desempeñan un papel decisivo en el proceso de transformación. Igual que wei-chi, la expresión china que significa “crisis”, los resultados obtenidos por Prigogine respaldan la idea de que los trastornos y las conmociones que sufrimos en la vida son también oportunidades para que suceda algo nuevo.

Prigogine estaba estudiando lo que en física se llama “sistemas abiertos”, que son los sistemas que participan en algún tipo de intercambio continuo de energía con el ambiente. Se caracterizan por una cierta dosis de fluctuación, es decir, son vulnerables y accesibles a diferentes tipos de energías que penetran en ellos. También las obras humanas, como los pueblos, las ciudades, los grupos y las organizaciones, son sistemas abiertos. Una ciudad, por ejemplo, no es algo aislado y excluído del resto de la vida: sus industrias utilizan la energía y las materias primas de las áreas circundantes y las devuelven al medio transformadas. Como también los seres humanos podemos ser modificados por nuestra interacción con el entorno y por los contenidos inconcientes de nuestra psique cuando invaden la conciencia, nuestro yo también es un sistema abierto y, por lo tanto, está sujeto a las leyes de la teoría de Prigogine.

De acuerdo con ella, siempre que las fluctuaciones y perturbaciones que ingresan en un sistema abierto se mantengan dentro de cierto límite, las propiedades de autorregulación del sistema permiten que éste mantenga en términos generales su función y su identidad. En otras palabras, el sistema puede hacer frente a cierta cantidad de alteración y perturbación sin desbaratarse por completo. De modo similar, hay perturbaciones internas o externas inevitables que pueden estremecer periódicamente nuestra vida, pero siempre que no sean demasiado grandes, la naturaleza homeostática del yo nos permite adaptarnos a tales fluctuaciones sin tener que alterar demasiado lo que nos está sucediendo en la vida. Hacemos unos cuantos ajustes menores y seguimos siendo en gran medida los mismos.

Sin embargo, si las fluctuaciones y perturbaciones que ingresan en un sistema abierto se incrementan más allá de cierto límite, empujan al sistema a un estado de “caos creativo”. Lo que había allí antes y que hasta ese momento había funcionado ya no puede seguir de la misma manera. El sistema se ve forzado a asimilar o a adaptarse a una influencia perturbadora demasiado grande para que pueda sobrevivir en su antiguo formato y se produce una crisis: para que el sistema pueda funcionar de la manera que sea, se ha de establecer un nuevo orden de cosas. Dicho con otras palabras, la ruptura del sistema hace que a éste le sea posible avanzar hacia una forma completamente diferente de organizarse. Tal es la naturaleza dinámica del crecimiento y la naturaleza de la transformación.

De modo similar, cuando en la vida todo nos va como una seda, en realidad no hay razón para cambiar. Generalmente, sólo cuando las cosas empiezan a irnos mal, cuando sufrimos reveses graves en importantes esferas de la vida, o cuando las circunstancias se nos hacen intolerablemente difíciles, tediosas o caóticas, empezamos a pensar seriamente en introducir cambios. O bien las estructuras existentes en nuestra vida se desploman totalmente, lo cual hace que ya no podamos mantener nuestro funcionamiento habitual: una relación con la que hemos estado estrechamente identificados se deshace, se nos muere la pareja o un hijo, perdemos a uno de nuestros padres, nos despiden en el trabajo, nos fallan nuestras creencias más queridas o nos enfrentamos con una enfermedad que nos pone en peligro de muerte. Aunque no todas las personas se ven afectadas en la misma medida o de la misma manera, generalmente este tipo de perturbaciones nos imponen transformaciones importantes en nuestro sistema de vida. Seguir del mismo modo que antes se vuelve difícil o imposible; la conmoción plantea o exige un proceso de reconsideración y una nueva evaluación de nuestra vida, nuestras actitudes, nuestros motivos y nuestros valores.

La relación entre la teoría de las estructuras disipadoras y los posibles efectos de los tránsitos de (o de las progresiones en que están en juego) Urano, Neptuno y Plutón es obvia. He dicho ya que Saturno está asociado con la forma, el límite y la estructura, y que Urano, Neptuno y Plutón son, en este aspecto, los enemigos de Saturno. Son “principios de desestructuración”, que socavan las estructuras existentes de modo que algo nuevo pueda ocupar su lugar. En cierto sentido, Saturno representa el principio homeostático del yo, el deseo de mantener y preservar lo que es. Por contraste, Urano, Neptuno y Plutón (cada uno a su manera) aportan fluctuaciones y perturbaciones críticas: nos desintegran para que podamos avanzar hacia una nueva manera de ser.

A veces, las perturbaciones que provocan estos planetas son desagradables: enfermedad, depresión, etc. Pero también pueden ser de naturaleza positiva: casarse, enamorarse, comprar una casa, obtener nuevos conocimientos que modifican nuestra visión de la vida, un éxito repentino, el logro de un ascenso o incluso un premio en la lotería. Estos acontecimientos, exteriormente positivos, provocan tanta tensión en el orden establecido de nuestra vida como los sucesos exteriormente negativos. No importa cuál sea exactamente la naturaleza de las fluctuaciones que nos perturban ni cómo las provocan Urano, Neptuno y Plutón; todos los tipos de cambios, conflictos, paradojas, tensiones y traumas que generan requieren alguna especie de cambio.

Cambiar no es fácil. En cuanto seres humanos y criaturas del hábito, orientamos gran parte de nuestra energía a tratar de evitar el dolor y las crisis. A la mayoría de nosotros no nos gusta la idea de perder nada a lo cual estamos apegados. Especialmente, no nos gusta perder aquello de lo cual proviene nuestro sentimiento de identidad, de ser nosotros mismos: relaciones, trabajo, ingresos, ideales o principios. Es tan difícil renunciar a las partes desgastadas de nuestra estructura psíquica (como antiguas pautas, imágenes negativas de nosotros mismos o lo que el análisis transaccional llama “guiones”), que quizás no nos hayan servido nunca de mucho, como a las posesiones o a las personas que son importantes en nuestra vida.

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Los que estamos en mitad del desafío y el trastorno vinculados con Urano, Neptuno y Plutón podemos finalmente llegar a una etapa en la que aceptamos la crisis y los cambios que traen consigo los tránsitos de estos planetas. El escritor y psicoanalista James Hillman diría que, cuando se ha alcanzado esta etapa, nuestros sentimientos han conseguido por fin verterse libremente en nuestro destino, reconciliándonos con un acontecimiento mediante lo que él llama “esa unión del amor con la necesidad”. Una vez aceptada la crisis, con la aceptación puede llegar, en su momento, el reconocimiento de que aquello por lo que hemos tenido que pasar ha sido una parte necesaria de nuestro crecimiento y del despliegue de nuestras potencialidades. La amargura de las lágrimas se convierte en la sal de la sabiduría.

La aceptación permite que actúe la magia que sana. Con esto no quiero decir que llegar a este punto sea fácil ni que se dé de la noche a la mañana. No es nada fácil confiar en los artilugios de Urano, Neptuno o Plutón, ni reconocer que el dolor, el fracaso,la perturbación y el cambio, que cuando nos agobian parecen más bien una maldición, puedan tener algo valioso para ofrecernos. Pero el dolor, el conflicto y la tensión son, de todos modos, “transformaciones que pugnan por producirse”. Al negarlos nos defraudamos: nos negamos la transformación. El proceso de transformación se inicia cuando los aceptamos.