domingo, 27 de febrero de 2011

Los Usos de la Astrología en las Artes Consultivas

Fragmento del libro “Astrología, Psicología y los Cuatro Elementos” de Stephen Arroyo.



El hecho de que algunos astrólogos sigan representando el papel del adivino o del canal omnisciente de la sabiduría cósmica es mero índice de que tales profesionales tienen demasiado envueltos sus egos en ese papel. Los astrólogos -no importa cómo se vean ni cómo los vea el público- son meramente seres humanos parecidos a cualquier otro, con conocimiento limitado, entendimiento limitado y experiencia limitada. Difieren de los demás sólo en que estudiaron (es de esperar que con alguna profundidad) este sistema de símbolos cósmicos que les proporciona una herramienta que podrá permitirles penetrar debajo de la superficie del ego, del autoengaño y de los roles sociales.

En la práctica cotidiana de la Astrología como profesión, es de suma importancia que carezca de compromisos la honradez intelectual del profesional. En otras palabras, si no conoce una respuesta a una pregunta, no entiende algún aspecto del mapa natal o realmente no tiene rapport con la persona en cierto nivel, no debe vacilar en decirlo y, en consecuencia, pedir ayuda o aclaración. Me doy cuenta de que la mayoría de los astrólogos se enfrenta a menudo con el deseo del cliente de descargar toda la responsabilidad en el regazo del astrólogo y proyectar en éste la imagen del “gurú”. Este es un juego que el ego ama, y por ello es fácil caer en tal papel, sin darse cuenta de las reales implicancias de obrar así.

Sin embargo, debe comprenderse que dar consejo sin dar también un medio de comprensión más profunda es de poco valor, pues cada persona debe realizar su propio trabajo y, a través de su propia experiencia, debe llegar al conocimiento superior que le permita superar o trascender la dificultad.

Al mismo tiempo, el astrólogo debe darse cuenta del poder de que dispone y de la asombrosa sensibilidad a la sugestión que los seres humanos tienen, y debe usar ese poder con suma cautela. Es mejor no decir nada que formular una suposición infundada, basada en una comprensión insuficiente, meramente debido a la inseguridad del ego o a las exigencias del cliente. Como lo señalara Zipporah Dobyns, detrás de las afirmaciones del astrólogo, hasta donde el cliente puede percibir, está el poder y la autoridad del cosmos. Esta es una responsabilidad que no debería tomarse a la ligera. Además, la propia honradez intelectual ha de extenderse a tal punto que el consejero deba expresar libremente sus propias creencias filosóficas y ética particulares si interfieren en su aptitud para ocuparse objetivamente de una persona o situación en particular.

La relación entre el astrólogo y el cliente es tan hondamente personal como la existente entre un médico y el paciente. La calidad de esa relación es inevitablemente un factor determinante en el resultado último de la consulta. Por ello, ningún astrólogo debe sentirse vacilante acerca de remitir a una persona a otro astrólogo si cree que alguna tensión o resistencia en una relación particular le imposibilita ocuparse eficaz y abiertamente del cliente.

No se trata de quién es el “mejor” astrólogo. Sencillamente hay diferentes tipos de astrólogos para distintos tipos de personas. Lo que un astrólogo no puede entender o tratar puede ser precisamente la fuerza máxima de otro profesional.

Por tanto, no es sólo el sistema particular de astrología o géneros específicos de técnicas astrológicas empleadas las que determinen la calidad de la práctica astrológica; es más importante la calidad de la relación y la profundidad del autoconocimiento que iluminan el intercambio de persona a persona.

Sin el beneficio del intercambio de persona a persona en el trabajo astrológico, es imposible emplear los procedimientos astrológicos del modo más profundo y con los máximos beneficios posibles. Aunque levantar un mapa natal de alguien a quien no se vio puede realmente ser de utilidad para esa persona, ese individuo sacará por lo general una comprensión más honda del contacto personal con el astrólogo. Pues sin contacto personal imediato, es imposible conocer (a menos que uno sea verdaderamente un psíquico dotado) el nivel de conocimiento con el cual el individuo responderá a sus circunstancias internas y externas.

 

jueves, 17 de febrero de 2011

La Carta Natal y las Funciones de la Conciencia


El siguiente texto es un fragmento perteneciente al capítulo III del libro “Guía Astrológica para Vivir con los Demás”, de Liz Greene. El mismo sirve de introducción al tema de la dinámica de las funciones psíquicas.



Todos poseemos aquellas funciones de la conciencia a las que Jung llama pensamiento, sentimiento, sensación e intuición: “(Un objeto)… es percibido como algo que existe (sensación); se lo reconoce como esto y se lo distingue de aquello (pensamiento); se lo evalúa como placentero o displacentero, etc. (sentimiento) y, finalmente, la intuición nos dice de dónde vino y hacia dónde va”.

Sabemos también que no realizamos la totalidad de dicha estructura sino que, en cambio, cultivamos primero una función y luego otra. Quizá desarrollemos parcialmente una tercera, pero jamás llegamos a entendernos realmente con la cuarta, que sigue siendo en gran medida inconciente. Y con frecuencia, al establecer relaciones, buscamos una persona que encarne –o que actúe por nosotros- aquellos aspectos de la totalidad que somos incapaces de expresar, o que no estamos dispuestos a expresar.

En su estilo aparentemente ingenuo, también los cuentos de hadas nos hablan de esta cuaternidad básica de las funciones de la conciencia. En cuentos que provienen de todos los rincones del mundo y se remontan a todos los períodos de la historia, encontramos una y otra vez el mismo motivo: “Había una vez un rey que tenía tres hijos. Los dos mayores eran prudentes, fuertes y apuestos, pero el tercero era un idiota de quien todo el mundo se reía”.

He aquí un símbolo espléndido de la forma en que funciona la psique humana, pues la función directriz de la conciencia es el rey que, inevitablemente en estos cuentos, tiene algún problema por lo común referido a enfermedad, vejez o muerte inminente, o que consiste en el ataque de un enemigo que él es incapaz de vencer. Los dos hijos mayores intentan siempre resolver el problema y fracasan. Y es al idiota,al Santo Bufón –de todos los aspectos de nosotros mismos el más humilde, menos apreciado y aparentemente más incapaz- a quien le toca hallar la solución y salvar el reino.

Ahora bien, es muy divertido decidir que yo soy un tipo pensante y tú un sentimental, y que eso explica que yo sea despierto, observador y razonable, que me exprese con claridad, en tanto que tú, presa siempre de tus emociones, eres tan irracional y tan terco. Este es un juego en el cual participamos todos cuando nos iniciamos en el estudio de la tipología, de manera muy similar a como los no iniciados practican el juego del zodíaco. Por cierto que si yo soy Libra, soy siempre encantadora, cortés y considerada; en cambio es evidente que si tú andas siempre buscándole cinco patas al gato, lo criticas todo y eres egocéntrico y de mentalidad estrecha, es porque eres Virgo.

No importa que sea astrológica o psicológica; la tipología se puede usar como un instrumento estupendo para detectar defectos ajenos, y lo más frecuente es que se abuse así de ella. En primer lugar, porque tomarla en serio nos da miedo; en segundo término, porque generalmente de ella sólo aprendemos lo que nos resulta cómodo y hacemos caso omiso de sus implicaciones más profundas; y finalmente, porque todos estamos, en realidad, secretamente convencidos de que las cosas que valoramos –cada uno de acuerdo con nuestro tipo- son en realidad las mejores y que todo lo demás es, de hecho, un tanto inferior.

Sin embargo, en este juego de asignar tipos hay una penalización automática. El problema de entender cuáles son las funciones de la conciencia que han sido enfatizadas con posible exclusión de otras, y el esfuerzo de toda la vida por conocer al Otro que existe dentro de nosotros mismos, y por llegar a un acuerdo con él, conducen a aguas mucho más profundas de lo que podría sugerir una interpretación superficial de los tipos de funciones. Y de pronto, se encuentra uno con que ya no está jugando un juego; o bien con que, si lo está, las apuestas son mucho más altas de lo que se imaginaba. La psique humana está en pugna por la integridad, y este enunciado subyacente en la psicología es una verdad tremendamente simple y sin embargo de una importancia abrumadora, algo que se debe vivenciar para poder comprenderlo cabalmente.

Integridad no significa perfección. No está íntegro el hombre que se ha pasado muchos años cultivando una especial finura de percepción y expresión intelectual y que, sin embargo, no puede expresar ni entender su naturaleza sentimental. Ni tampoco el que se ha construído una vida sentimental rica y plena, y tiene muchas relaciones personales significativas, si no sabe cómo razonar ni es capaz de distinguir el punto de vista justo y “objetivo” desde el cual se pueden sostener principios y demas margen para las diferencias individuales. Tampoco lo es el realista práctico que tiene a su disposición el mundo de los hechos, que ha expresado el pleno florecimiento de sus capacidades organizativas y, no obstante, es incapaz de ver hacia dónde lo conducen, y no encuentra a su vida sentido alguno ni significado espiritual. Ni siquiera lo es el visionario o el artista, que vive en un mundo de posibilidades sin límite y no puede, no obstante, hacer frente al sencillo mecanismo de la vida terrena ni actualizar sus múltiples ensueños.

¿Cuántos seres humanos hay que podamos afirmar que funcionan libre y felizmente con todas las posibilidades interiores contenidas en la psique? ¿Por qué nos sentimos atraídos (o rechazados) en forma tan compulsiva por aquellas personas que parecen ser la encarnación de estilos de vida y de valores cuya importancia y manera de actuar se nos escapan sin que sepamos cómo?

Por más que el zodíaco sea un símbolo de totalidad, esa totalidad no se encuentra contenida en ninguna carta, porque hay solamente diez planetas con qué competir, y sólo siete de ellos son en alguna medida “personales”, en el sentido de que se refieran a la personalidad o a la estructura yoica del individuo; y hay doce signos posibles, y doce casas o sectores posibles en la carta natal donde pueden estar emplazados. También en las relaciones angulares entre los planetas son posibles innumerables combinaciones. Toda carta contiene elementos fuertemente acentuados y otros de acentuación debil, y lo mismo sucede con cada psique humana; es algo que pertenece a la naturaleza animal. Una comprensión de la tipología no es, por consiguiente, un sistema de clasificación. Es un mapa de ruta, que puede decirte de dónde partes y dónde puede ser tu primer giro; dónde corres peligro de que se te rompa el coche y qué puedes hacer para repararlo, y adónde –esperemos- llegarás cuanto tu tiempo se cumpla.

Inherente al placentero reconocimiento de aquellas funciones de la conciencia que son “superiores” –o sea, que están bien desarrolladas, son confiables y se encuentran sometidas al control de la voluntad del individuo- es el mucho menos placentero reconocimiento de que hay un problema con las funciones opuestas, las “inferiores”, que se muestran con frecuencia ingobernables, erráticas, impredecibles, excesivas, tendiendo a ser infantiles o primitivas, y teñidas de una peculiar cualidad autonómica que, cuando afloran impensadamente, hacen que la gente tenga que decir cosas como: “Oh, lo siento, no era mi intención” o “No entiendo qué es lo que me ha sucedido”. La intención de tales disculpas es ocultar el hecho de que nosotros nos sentimos incluso más mortificados que los demás cuando el inconciente se hace valer por su cuenta y nos impulsa a un comportamiento que no podemos explicar y que no deseamos.

Las funciones opuestas se llaman así porque no pueden funcionar juntas. Sentir y pensar, por ejemplo, son dos modos totalmente distintos de evaluar o reconocer la experiencia; uno de ellos, el sentimiento, es totalmente subjetivo, y funciona sin atenerse a la lógica basándose en la reacción personal, en tanto que el otro –el pensar- es totalmente “objetivo” y depende de la lógica, a expensas de la respuesta personal. Poseemos potencialmente ambas funciones, pero tenderemos a usar principalmente una de ellas y no la otra; tampoco es posible usar ambas al mismo tiempo. Los valores propios de cada una de ellas son totalmente diferentes y no se mezclan. Es posible usar una de ellas para respaldar a la otra, pero no usarlas simultáneamente. Muchas personas basan sus valores totalmente sobre una sola de tales funciones, y fingen que la otra no existe.

La intuición y la sensación son, de modo similar, funciones opuestas porque representan dos modos de percepción totalmente distintos. A la intuición se la suele llamar percepción por la vía del inconciente, y es una función que supone no considerar la realidad física de una experiencia o de un objeto, de modo que el significado, las conexiones, el pasado y las posibilidades futuras del mismo puedan ser captados en una única visión unificada. La sensación, por otra parte, es precisamente lo que da a entender la palabra: significa percibir por mediación de los sentidos, y los sentidos registrarán solamente aquello que es tangible y posee forma. Por consiguiente, la sensación mira con gran detalle la superficie de las cosas, examinando precisamente lo que algo es por su forma, mientras que la intuición lo mira por detrás, a través, alrededor y alejándose de la superficie, de manera de poder discernir el propósito y las implicaciones.

Si el sentimiento es el modo primario de evaluación de la experiencia, la función pensante tendrá una cualidad “inferior”, que generalmente se expresa como terquedad. Si el pensamiento es el modo primario de evaluación de la experiencia, la función sentimental tendrá una cualidad “inferior” que se expresa habitualmente ya sea como frialdad o como sentimentalismo. Si la intuición es el modo primario de evaluación de la experiencia, la función sensorial tendrá una cualidad “inferior”, expresada frecuentemente como descuido o falta de espíritu práctico; y si la sensación es el modo primario de percepción, la intuición tendrá una cualidad “inferior” que se exhibirá con frecuencia como credulidad o fanatismo.

Las funciones “inferiores”, además de ser un tanto primitivas, tienen otra característica interesante: habitualmente son proyectadas y se nos aparecen bajo la apariencia de otras personas o de situaciones que nos atormentan con ese mismo aspecto de la vida que menos capaces de manejar somos. Entonces, naturalmente, la inferioridad (o lo que a veces parece una auténtica superioridad) parece pertenecer a otro, lo que es siempre más cómodo que cuando está en uno mismo.

“El inconciente de una persona se proyecta sobre otra, de modo que la primera acusa a la segunda de aquello que en sí misma no ve. Este principio es de una validez general tan alarmante que todos haríamos bien, antes de quejarnos de otros, en sentarnos a considerar muy cuidadosamente si no sería mejor tirar la primera piedra sobre nuestro propio tejado”.

Sea cual fuere la función de la conciencia con la que nos identificamos, debemos reconocer dentro de nosotros mismos la existencia de su opuesto. Esto es, casi siempre, sumamente difícil porque –a diferencia de los “fallos” de los cuales nos es fácil tener conciencia, en cuanto no los reconocemos realmente como fallos- la torpeza de las funciones inferiores es una fuente auténtica de dolor y de incapacidad, por poco que sea parcialmente conciente. Por consiguiente, encontramos muchas personas que se crean un conjunto artificial de respuestas a las que quizás llamen sentimiento, pensamiento, sensación o intuición, y que sin embargo no son más que tristes parodias de tales funciones, que no engañan a nadie, a no ser al propio individuo, y que tienen una resonancia inconfundiblemente falsa.

El reconocimiento de la propia identificación con un solo aspecto de la conciencia no significa que uno esté condenado de por vida a no expresar más que esa faceta de sí mismo. La gente no es estática y la psique va siempre en pos del equilibrio. Uno va creciendo hacia su propio opuesto y eso es al mismo tiempo uno de los mayores esfuerzos, una de las más grandes alegrías y uno de los aspectos más importantes de la experiencia de vivir.