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jueves, 12 de julio de 2012

Las Imágenes de Escorpio


Fragmento del libro “Los dioses del cambio”  (El dolor, las crisis y los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón),  de Howard  Sasportas.


Escorpio, uno de cuyos regentes es Plutón, es un signo complejo porque a diferencia de los demás signos, que generalmente tienen un único símbolo – Aries el Carnero, Tauro el Toro, Geminis los Gemelos, etc. – Escorpio tiene varias representaciones distintas: el escorpión, la serpiente, el águila y el fénix. Además, Escorpio es mucho más que un mero signo del zodíaco donde uno puede tener el Sol, el Ascendente, la Luna o un planeta determinado; representa también una faceta de la vida a la cual todos estamos sometidos: el proceso cíclico de cambio, decadencia, muerte y renovación. Las diferentes imágenes asociadas con este signo ejemplifican las distintas clases de muertes y transformaciones que son parte de un proceso de evolución universal e iluminan además las formas de actuar que tiene Plutón en su calidad de destructor de vínculos.

El nivel inferior de Escorpio está representado simbólicamente por la serpiente – un reptil que regularmente se desprende de la piel vieja y la reemplaza por otra nueva – y por el escorpión, el animal que lleva un aguijón mortífero en la cola. Las personas dominadas por este nivel del sentimiento escorpiano actúan rigiéndose casi exclusivamente por sus propias emociones y deseos: están totalmente a merced de sus estados de ánimo y se expresan de una manera vehemente, instintiva y primitiva. Cuando se sienten bien, no podrían ser más agradables con la gente. Cuando se sienten mal o de mala voluntad, nadie está a salvo, ni siquiera el amigo más querido. Este nivel o fase de Escorpio (que algunas personas jamás dejan atrás) es el que nos describe un viejo cuento sobre el encuentro de un escorpión y una rana.

La historia se inicia junto a un lago que el escorpión quiere cruzar. Pregunta a la rana si ésta no querría llevarlo sobre el lomo hacia la otra orilla y la rana responde, vacilante:
- Te llevaré a través del lago, pero debes prometerme que no me picarás.
- Claro que no lo haré!! – contesta el escorpión, un poco ofendido. - ¿Por qué habría de hacerte algo así?
Se sube entonces sobre el lomo de la rana y ambos inician el viaje. Sin embargo, en mitad del lago el escorpión pica a la rana. Mientras ambos se hunden irremediablemente, la rana le pregunta por qué lo hizo, si le había prometido lo contrario.
- Porque es mi naturaleza – responde el escorpión.

Hay personas que actúan como este escorpión y pican porque les da la gana, es decir, están dominadas compulsivamente por sus estados anímicos y por sus reacciones instintivas, y son capaces de volverse súbitamente contra las personas que más quieren o de destruir las estructuras vitales que sostienen y refuerzan su identidad. Pueden atacar por muy diversas razones: venganza, cólera, necesidad de cambiar y de seguir creciendo, o a veces simplemente en busca de emociones si la vida se les hace aburrida. En ocasiones, se autodestruyen además en el proceso, y otras veces, incluso conociendo este riesgo, parece que coquetearan con la destrucción en un ejercicio perverso de la voluntad.

Sin embargo, la muerte del escorpión en el agua simboliza también una transformación y una renovación potenciales. Vivir en este nivel de Escorpio da la capacidad de morir y renacer en otro nivel más elevado: el del águila. Quienes han llegado a este segundo nivel de Escorpio ya no se identifican exclusivamente con sus emociones, sino que derivan su identidad y su sensación de tener un significado y un propósito en la vida de algo externo a sí mismos: una relación, una causa o un proyecto que les interesa, una filosofía o una visión que los apasiona. Servirán al ser amado o a la causa elegida con una resolución, una dedicación  y una vitalidad admirables. Como el águila, que vuela más alto y ve más lejos que cualquier otra ave, y que es una mortífera cazadora, así cuando se ha alcanzado este nivel de Escorpio se tienen ideales y principios elevados, aunque se sigue conservando la picadura letal. Si cualquier cosa llegara a amenazar algo de aquello en lo cual se cree o se valora, el nivel del águila se expresará en un descenso en picada para atacar e incluso para destruir con maligna fruición a su oponente. Es obvio que el principal problema de quienes se encuentran en este nivel de Escorpio es su intensidad. Quizás estén al servicio de ideales tan nobles como la verdad, la justicia o el amor, o vayan en persecusión de objetivos que promueven el bienestar de la humanidad, pero persiguen estos fines con tal pasión y de manera tan concentrada que pierden de vista todo lo demás. Llegan a absorberse tanto en el objeto de su devoción que se olvidan de que su verdadera naturaleza es ilimitada e infinita, o se consumen en una virtuosa indignación o se agotan por obra de las exigencias físicas sobrehumanas que ellos mismos se imponen. Llegados a este punto, se hace necesaria una nueva etapa de crecimiento – otra muerte del ego – y es en este momento cuando puede nacer el fénix.

En Egipto, el fénix era un ave mítica. Tras haber sido consumido por el fuego, surgía de sus propias cenizas para volver a vivir: se convirtió, por lo tanto, en símbolo de inmortalidad. Las personas que viven en el nivel escorpiano del águila pueden encontrar que la pasión, en una relación importante, “arde hasta extinguirse” o que una causa en la que habían depositado fervorosamente su fe las decepciona o resulta ser falsa. Cuando esto sucede, se sienten como si ellas mismas hubieran sido aniquiladas. A semejanza del fénix, quedan reducidas a cenizas y puede suceder que pasen algún tiempo en ese estado antes de volver a alzarse, renovadas, de entre los rescoldos.

Cuando nos apegamos a algo, por más noble o trascendente que sea, limitamos nuestra identidad y olvidamos que nuestra verdadera naturaleza es ilimitada e infinita. En el proceso de crecer hacia una totalidad cada vez más integrada, tenemos que ir renunciando a nuestros apegos para aprender que lo que realmente somos es aquella parte de nosotros que permanece cuando nos despojan de todo lo que creíamos ser.

Por tránsito, Plutón representa una fuerza que desgarra nuestra identidad fundada en el ego hasta que llegamos a descubrir nuestra esencia, el sí mismo transpersonal, el núcleo eterno y universal de nuestro ser. Se trata de una lección difícil, que el tránsito de Plutón nos impondrá una y otra vez, obligándonos a hincarnos de rodillas. Podemos seguir teniendo relaciones, creencias, causas o ideales y disfrutando de ellos, pero debemos recordar que nuestra identidad verdadera, la más básica, no depende de ninguna de esas cosas.


miércoles, 21 de marzo de 2012

El Enfrentamiento con las Cuestiones Ultimas


Fragmento del libro “Los dioses del cambio”(El dolor, las crisis y los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón), de Howard Sasportas. 


Ya hemos hablado de cómo algunos de nuestros impulsos infantiles dan origen a la angustia y  al empleo de mecanismos de defensa que la sofoquen (ver en este blog el post  “El tesoro escondido).

Sin embargo, los pensadores existencialistas creen que lo que nos hace sentir incómodos no son sólo los impulsos inaceptables, y nos hablan de ciertas “cuestiones últimas” – hechos básicos de la vida que tenemos que afrontar en virtud de nuestra misma existencia – que también provocan angustia y, por lo tanto, ponen en acción los mecanismos de defensa. Los tránsitos de Plutón pueden despojarnos también de estas defensas y pedirnos que encaremos directamente las cuestiones últimas de la vida.

¿Cuáles son estas cuestiones últimas, estos “datos” ineludibles de la existencia? En su libro “Existential Psychoterapy” (Psicoterapia Existencial), Irvin Yalom las enumera agrupándolas en cuatro categorías principales: la muerte, la libertad, el aislamiento y la falta de sentido.

Las consideraremos una por una.

Cualquier cosa que nace habrá de morir un día. Ahora estamos vivos, pero un día dejaremos de existir y aunque no hay escapatoria de la muerte, nos construímos defensas de todas clases para no enfrentarnos a este hecho. El cristianismo sugiere una vida después de la muerte, los filósofos esotéricos creen en la reencarnación y en la inmortalidad esencial del alma. Estos conceptos bien pueden ser verdad, pero muchos existencialistas afirmarían que tales creencias son maneras de eludir el reconocimiento del carácter definitivo de la muerte. Una parte de nosotros tiene conciencia de la inevitabilidad de la muerte, pero hay otra que está aterrorizada ante la perspectiva del no ser y que desea seguir existiendo. Para calmar nuestra angustia de muerte, nos buscamos maneras de “inmortalizarnos”. La idea de hacerse famoso y de vivir eternamente en la memoria de la gente ayuda a aliviar la angustia que provoca en el ego el carácter finito de la existencia. Escribir libros o crear obras de arte que nos sobrevivan es también satisfactorio para la parte de nosotros que está ávida de inmortalidad. Tener hijos es otra manera simbólica de asegurar la continuidad de nuestra existencia: aunque nos muramos, una parte de nosotros seguirá viviendo cuando hayamos desaparecido. Sin embargo, un tránsito de Plutón puede obligarnos a encarar la muerte, ya sea confrontándonos con la inevitabilidad de la propia o con la muerte de alguien próximo a nosotros.

De acuerdo con la teoría existencialista, otra cuestión principal es la libertad. Somos los únicos responsables de lo que hacemos y el estado de nuestra vida es el resultado de las decisiones que hemos tomado, conciente o inconcientemente. Sólo nosotros somos responsables de nuestros actos. Si nuestra vida no es como nos gustaría que fuera, no podemos culpar a nadie más que a nosotros mismos. Podríamos haber elegido otras cosas; podríamos haberlas hecho de otra manera. Nadie más que nosotros es responsable. El hecho de que seamos responsables de nuestra propia vida es aterrador, porque ¿qué pasa si nos equivocamos en nuestras opciones? En su libro “Escape from freedom” (El miedo a la libertad), Erich Fromm postula que algunas personas preferirían vivir en un estado totalitario que tomara todas las decisiones en nombre de ellas, antes que soportar continuamente la angustia de tomar decisiones. Intentamos coaccionar a otros para que las tomen por nosotros. Atribuímos la responsabilidad final de nuestra vida al destino, a los dioses, a nuestro inconciente o a cualquier cosa… salvo a nosotros mismos. Bajo la influencia de los tránsitos de Plutón es probable que tengamos que afrontar el hecho de que a nadie más que a nosotros mismos podemos hacer responsable de las decisiones que tomamos en la vida.

Otro dato básico de la existencia que nos llena de temor es el hecho de que por más intimidad que tengamos con otras personas, siguen existiendo algunas brechas infranqueables. Nadie puede jamás conocernos del todo, ni nosotros podemos conocer completamente a otra persona. Nacemos solos y morimos solos. Intentamos defendernos de la sensación de nuestro aislamiento existencial buscando el amor y las relaciones y, en especial, las uniones simbióticas en que nos fundimos o mezclamos con otra persona.  Existimos solos y sin embargo anhelamos ser parte de algo mayor. Bajo la influencia de un tránsito de Plutón puede sucedernos que perdamos a personas que pensábamos que jamás nos abandonarían y, como resultado de ello, que tengamos que afrontar nuestra soledad básica en la vida.

Finalmente, está la cuestión del sinsentido. La mayoría de los existencialistas creen que no hay verdades definitivas, que el universo no tiene ningún significado, a no ser el que nosotros le atribuyamos. “La única verdad absoluta es que no hay nada absoluto”. Si tal es el caso, ¿por qué estamos aquí y cómo debemos vivir? Aunque pueda no haber verdades preexistentes, en cuanto seres humanos necesitamos algún significado que dé propósito y dirección a nuestra vida. Necesitamos algo por lo cual vivir, líneas referenciales que nos permitan trazarnos un derrotero en la vida. Los tránsitos de Plutón pueden hacernos descubrir que la forma en que hemos dado sentido a nuestra vida ya no nos sirve: un sistema de creencias, una religión, una filosofía o un conjunto de ideales puede desmoronársenos por completo. Es probable que tengamos que afrontar la posibilidad de que el universo no tenga ningún significado preestablecido o que nos veamos forzados a reevaluar y redefinir la forma en que damos sentido y orientación a nuestra existencia.