lunes, 7 de mayo de 2018

La Humildad

Fragmento del capitulo "Prepararse para las posibilidades", extraído del libro "Ser Generosos", de Lucinda Vardey y John Dalla Costa.


Ser humilde no significa ser un felpudo. Tampoco implica automáticamente responder a las necesidades de todos a medida que surgen caprichosamente. 

La humildad, en cambio, representa un sentido honesto de la proporción. Este sentido de escala y conexión es vital porque, sin humildad, dar puede convertirse fácilmente en un ejercicio de poder, mientras que recibir puede, a menudo, sentirse como si hubiera disminuído la dignidad propia. 

La generosidad es una interacción de potencial creativo, no un poder. Necesita de la humildad para dar libremente, sin condicionamientos ni demandas adheridas. Es necesaria la humildad para dar lo que de hecho se necesita en lugar de lo que podamos querer dar. Y para dar sin esperar reconocimiento público. Si no somos humildes, entonces el supuesto acto generoso puede decir más sobre nosotros que sobre la realidad que necesita transformación.

La humildad parece pasiva y poco enérgica. Sin embargo, es necesario fuerza y resiliencia para domesticar el ego y sus, a veces, erróneas presunciones. La sociedad da mucha importancia a la autoestima. La humildad no niega el valor del ser; de hecho, lo acentúa al colocar su valor y potencia en la red propia de interdependencia que ninguno de nosotros puede negar, aunque el ego a veces se olvide. Tenemos que ser humildes al discernir la generosidad porque, a menudo, hay en juego algo más grande que nosotros.

La humildad nos invita a ayudar a los otros sin ambición egoísta y a considerar los intereses de los otros más que los propios. Practicarla es ser, a veces, invisible al dar de modo de evitar el deseo de gratitud, aceptación o recompensa.

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