Fragmento del
libro “La dinámica del inconsciente” (seminarios de astrología psicológica), de
Liz Greene y Howard Sasportas, Ediciones Urano.
Marte es el
significador astrológico más obvio de la agresividad, y todos nacemos con Marte
en uno u otro lugar de la carta natal. Es decir que todos nacemos con impulsos
agresivos innatos.
La agresividad
es un componente innato de nuestra estructura biológica, lo mismo que el
impulso sexual es una parte esencial de nuestro equipamiento instintivo de
seres humanos. Para la humanidad, el sexo está al servicio de un propósito
positivo muy obvio: sin él no estaríamos aquí. Cabe entonces preguntarse por
qué la agresividad, que también es parte natural de nuestra herencia biológica,
no habría de servir igualmente a un importante propósito evolutivo.
Es interesante
que Marte haya estado asociado tradicionalmente tanto con el sexo como con la
agresividad. Los astrólogos siempre hemos sabido algo que la ciencia descubrió
hace relativamente poco tiempo: la estrecha relación entre sexualidad y
agresividad. Supongo que recuerdan ustedes el famoso Informe Kinsey, que se
publicó durante los años cincuenta. Kinsey encontró una estrecha correlación
fisiológica entre lo que se observa en una persona encolerizada y lo que se
advierte en una persona movilizada por la excitación sexual. De hecho, en su
estudio halló catorce cambios fisiológicos comunes tanto a la excitación sexual
como a la ira, y solamente cuatro que diferían. Es bastante común que una pelea
entre amantes termine en un orgasmo, y también que en mitad de un contacto
sexual, éste se convierta en una pelea. La psicóloga norteamericana Clara
Thompson precisa de esta manera lo que es la agresividad: “La agresividad no es necesariamente
destructiva en modo alguno. Dimana de una tendencia innata, que parece ser
característica de toda materia viviente, a crecer y a dominar la vida. Sólo
cuando esta fuerza vital se ve obstruída en su desarrollo se hacen presentes
junto a ella los ingredientes de cólera, odio y furia.”
Si bien es
cierto que debemos tratar de reducir las expresiones negativas de la energía
agresiva, parece ridículo e incluso imprudente el intento de liberarnos
totalmente de una parte de nuestra naturaleza que es innata y que quiere
dominar la vida. Es verdad que en torno de nosotros y en nuestra vida cotidiana
vemos las formas más desagradables de la agresividad: personas a quienes se
asesina, se tortura y se somete a diversas formas de crueldad psicológica.
Es indudable
que Marte puede descontrolarse. La agresividad también puede volverse hacia
adentro, atacar a la mente y al cuerpo y convertirse en un factor que provoca o
agrava enfermedades cardíacas, problemas de piel, afecciones gástricas o
disfunciones sexuales. Al mismo tiempo que detestamos estas formas negativas de
la agresividad, debemos tener presente su otro rostro –el de nuestra
agresividad básica, natural y sana- que es loable y digno de estima, y que no
debemos desatender si nos interesa nuestra supervivencia.
¿Qué es,
entonces, lo que nos da Marte? Le debemos la voluntad de cultivar o desplegar
lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Cuando este deseo de crecer,
progresar y avanzar se ve bloqueado (por otras partes de nuestra propia
naturaleza o por la acción de otras personas), se convierte en cólera. Queremos
avanzar, y nos sentimos frustrados si algo nos lo impide. La cólera se puede
entender como un movimiento bloqueado.
Agresividad
sana es, también, el impulso positivo a comprender y dominar el mundo exterior;
es una fuerza interior muy profunda que nos proporciona el ímpetu necesario
para aprender cosas nuevas. Es la agresividad que hay en nosotros lo que nos da
la posibilidad de estudiar una materia, de leer un libro, de responder “si” o
“no”. Si en nuestra carta no estuviera Marte, no seríamos capaces de aprender
un idioma nuevo, de preparar con éxito una receta complicada o de resolver un
problema matemático difícil. Incluso en el lenguaje se refleja esto: atacamos un problema, vencemos una dificultad, nos enfrentamos con un obstáculo, nos dan
un diploma que acredita nuestro dominio
de una especialidad. Bien puede uno tener gran inspiración artística, que si no
tuviera a Marte en su carta sería incapaz de poner en orden las telas o de ir
en busca de los pinceles. Marte lo pone a uno en marcha o, como lo expresó
alguna vez Dane Rudhyar: “Marte es la fuerza que mueve a germinar la semilla”.
Allí donde Marte está operando en la carta es donde puede ejercitarse esta
forma sana de la agresividad.
Recuerdo que
cuando empecé a estudiar astrología solía observar en mi carta los tránsitos de
Marte. En ocasiones, Marte generaba en mí conductas desaforadas, frustración,
cólera, malos momentos o dolores de cabeza. Pero otras veces los tránsitos de
Marte correspondían a aquellos días en que yo me sentía más vivo y pleno de
vitalidad, con una exuberante sensación de estar listo para cualquier cosa.
Recuerdo haber estado sentado en el metro de Boston, el día que Marte pasaba
sobre mi Medio Cielo, y haber tenido una especie de experiencia cumbre: todo estaba
amplificado, vívido, exaltado y vibrante. Me sentía la encarnación de Marte. El
cuerpo se me estremecía como con escalofríos de placer (lo que en bioenergética
se llama streaming). Me sentía
latir; me exaltaba mi propia capacidad de ser y de hacer, de estar dispuesto
para lo que pudiera suceder.
Se ve que el
principio de Marte, como tal, es sumamente paradójico. Marte nos impulsa a
actuar de maneras que afirman nuestra identidad y nuestro propósito; y sin
embargo, puede dar origen a formas de comportamiento desagradables. Esta
expresión dispar de la energía agresiva se ve con gran claridad en mitología,
cuando se pone uno a analizar la forma tan
diferente en que presentaban al dios Ares los mitos griegos y Marte los
mitos romanos.
El Ares griego
En la mitología
griega se llama Ares al dios de la guerra. La raíz griega del nombre Ares se
deriva de una palabra que significa “verse arrastrado” o “destruir” y realmente
esta es la naturaleza de Ares: se deja
arrastrar y es muy destructivo. Roberto Assagioli, el fundador de la
psicosíntesis, definió en su momento la agresividad de manera similar a este
aspecto de la naturaleza de Ares: “La agresividad es un impulso ciego hacia la
autoafirmación, hacia la expresión de todos los elementos del propio ser, sin la
menor opción ni discriminación, sin ninguna preocupación por las consecuencias,
sin consideración alguna por los otros.”
Como Marte es
capaz de expresarse en el estilo de Ares, vale la pena que nos fijemos mejor en
esta definición. Assagioli dice que la agresividad es “un impulso ciego hacia
la autoafirmación”. Es decir que aunque sea ciega, en la agresividad hay un
elemento de afirmación de nosotros mismos. Dice que es también un impulso hacia
“la expresión de todos los elementos del propio ser”: dicho de otra manera, es
indiferenciada e incontrolada; simultáneamente, pone en juego el cuerpo, los
sentimientos y la mente. Actúa “sin la menor opción ni discriminación”, es
decir que no tiene el menor sentido de la oportunidad, el lugar o la medida.
Puede suceder en un restaurante o mientras estamos en el teatro,
independientemente de que el momento o el lugar sean los adecuados. Se produce
“sin ninguna preocupación por las consecuencias”: cuando esta cólera aflora, no
hay sentido de la proporción ni inquietud por el daño que se puede hacer a
otros. Y al estallar “sin consideración alguna por los otros”, se puede
desencadenar sobre amigos o seres queridos que en otros momentos han sido
leales, bondadosos y serviciales.
El Marte romano
Es interesante
señalar que en la mitología romana el culto de Marte era más importante que el
de Júpiter, lo inverso de lo que sucedía en la mitología griega.
Los romanos
pensaban que en Marte había algo más positivo que la mera expresión de una
furia ciega, explosiva e indiscriminada. En su mito, el papel de Marte en
cuanto dios de la guerra se subordinaba a otras funciones. Se lo adoraba
también como dios de la agricultura, y se lo representaba con frecuencia
apacentando vacas en el campo muy satisfecho. Además era el dios de la
primavera y de la vegetación. Para los romanos, Marte estaba asociado con la
fertilidad, con el crecimiento y con el devenir.
No hay acuerdo
sobre el origen de su nombre, pero es probable que venta de la raíz mas, que significa “fuerza generativa”,
o de la raíz mar, que significa
“resplandecer”. Se le llamaba también Mars Gradivus, de la palabra grandiri, que significa “agrandarse” y
“crecer”. Compárense estas connotaciones con las de la raíz griega de Ares que quería decir simplemente
“verse arrastrado” o “destruir”.
Los escuderos
griegos de Ares eran Temor y Terror. Pero el Marte romano tenía como
acompañantes a Honos (honor) y Virtus (virtud). Ello sugiere que es honorable
defender el propio terreno, valorar lo que uno es y convertirse en aquello que
uno está destinado a ser. Es virtuoso cumplir el propio destino. Marte para los
romanos simbolizaba el defender la propia identidad y tener el valor de
cultivar y honrar su propia y auténtica naturaleza.
Estos dos
enfoques que nos brindan los mitos griego y romano, permiten ver de qué
diferentes maneras se puede entender la naturaleza de Marte, es decir, la
cualidad paradójica de este planeta, que puede apuntar a una agresividad ciega
y destructiva (el Ares griego) o manifestarse como una manera de afirmar
nuestra existencia individual y de ser fieles a lo que de forma innata somos
(el Marte romano). A veces los dos factores pueden combinarse. Por ejemplo, un
adolescente que se rebela contra contra
sus padres puede hacerlo de manera muy odiosa y desagradable. Aunque esté
manifestando un impulso positivo hacia la autonomía y la independencia, es
probable que lo haga de manera desconsiderada o destructiva.
EJERCICIO PRACTICO
Mirar la
posición de Marte en la carta natal propia. ¿Está actuando como Ares o como
Marte en ese campo de experiencia? ¿O quizás alterna una y otra manera, o
establece alguna forma de combinación entre ambas? Tomemos la casa en la que se
ubica y pensemos qué haría Ares o qué haría Marte. Luego tomamos el signo que
le da energía, considerando dignidades y debilidades.
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