Fragmento del libro “Los dioses del cambio” (El dolor, las crisis y los
tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón), de Howard Sasportas.
Escorpio, uno de cuyos regentes es Plutón, es
un signo complejo porque a diferencia de los demás signos, que generalmente
tienen un único símbolo – Aries el Carnero, Tauro el Toro, Geminis los Gemelos,
etc. – Escorpio tiene varias representaciones distintas: el escorpión, la
serpiente, el águila y el fénix. Además, Escorpio es mucho más que un mero
signo del zodíaco donde uno puede tener el Sol, el Ascendente, la Luna o un planeta
determinado; representa también una faceta de la vida a la cual todos estamos
sometidos: el proceso cíclico de cambio, decadencia, muerte y renovación. Las
diferentes imágenes asociadas con este signo ejemplifican las distintas clases
de muertes y transformaciones que son parte de un proceso de evolución
universal e iluminan además las formas de actuar que tiene Plutón en su calidad
de destructor de vínculos.
El nivel inferior de Escorpio está representado
simbólicamente por la serpiente – un reptil que regularmente se desprende de la
piel vieja y la reemplaza por otra nueva – y por el escorpión, el animal que
lleva un aguijón mortífero en la cola. Las personas dominadas por este nivel
del sentimiento escorpiano actúan rigiéndose casi exclusivamente por sus
propias emociones y deseos: están totalmente a merced de sus estados de ánimo y
se expresan de una manera vehemente, instintiva y primitiva. Cuando se sienten
bien, no podrían ser más agradables con la gente. Cuando se sienten mal o de
mala voluntad, nadie está a salvo, ni siquiera el amigo más querido. Este nivel
o fase de Escorpio (que algunas personas jamás dejan atrás) es el que nos
describe un viejo cuento sobre el encuentro de un escorpión y una rana.
La historia se inicia junto a un lago que el
escorpión quiere cruzar. Pregunta a la rana si ésta no querría llevarlo sobre
el lomo hacia la otra orilla y la rana responde, vacilante:
- Te llevaré a través del lago, pero debes
prometerme que no me picarás.
- Claro que no lo haré!! – contesta el
escorpión, un poco ofendido. - ¿Por qué habría de hacerte algo así?
Se sube entonces sobre el lomo de la rana y
ambos inician el viaje. Sin embargo, en mitad del lago el escorpión pica a la
rana. Mientras ambos se hunden irremediablemente, la rana le pregunta por qué
lo hizo, si le había prometido lo contrario.
- Porque es mi naturaleza – responde el
escorpión.
Hay personas que actúan como este escorpión y
pican porque les da la gana, es decir, están dominadas compulsivamente por sus
estados anímicos y por sus reacciones instintivas, y son capaces de volverse
súbitamente contra las personas que más quieren o de destruir las estructuras
vitales que sostienen y refuerzan su identidad. Pueden atacar por muy diversas
razones: venganza, cólera, necesidad de cambiar y de seguir creciendo, o a
veces simplemente en busca de emociones si la vida se les hace aburrida. En
ocasiones, se autodestruyen además en el proceso, y otras veces, incluso conociendo
este riesgo, parece que coquetearan con la destrucción en un ejercicio perverso
de la voluntad.
Sin embargo, la muerte del escorpión en el agua
simboliza también una transformación y una renovación potenciales. Vivir en
este nivel de Escorpio da la capacidad de morir y renacer en otro nivel más
elevado: el del águila. Quienes han llegado a este segundo nivel de Escorpio ya
no se identifican exclusivamente con sus emociones, sino que derivan su
identidad y su sensación de tener un significado y un propósito en la vida de
algo externo a sí mismos: una relación, una causa o un proyecto que les
interesa, una filosofía o una visión que los apasiona. Servirán al ser amado o
a la causa elegida con una resolución, una dedicación y una vitalidad admirables. Como el águila,
que vuela más alto y ve más lejos que cualquier otra ave, y que es una
mortífera cazadora, así cuando se ha alcanzado este nivel de Escorpio se tienen
ideales y principios elevados, aunque se sigue conservando la picadura letal.
Si cualquier cosa llegara a amenazar algo de aquello en lo cual se cree o se
valora, el nivel del águila se expresará en un descenso en picada para atacar e
incluso para destruir con maligna fruición a su oponente. Es obvio que el
principal problema de quienes se encuentran en este nivel de Escorpio es su
intensidad. Quizás estén al servicio de ideales tan nobles como la verdad, la
justicia o el amor, o vayan en persecusión de objetivos que promueven el
bienestar de la humanidad, pero persiguen estos fines con tal pasión y de
manera tan concentrada que pierden de vista todo lo demás. Llegan a absorberse
tanto en el objeto de su devoción que se olvidan de que su verdadera naturaleza
es ilimitada e infinita, o se consumen en una virtuosa indignación o se agotan por
obra de las exigencias físicas sobrehumanas que ellos mismos se imponen.
Llegados a este punto, se hace necesaria una nueva etapa de crecimiento – otra
muerte del ego – y es en este momento cuando puede nacer el fénix.
En Egipto, el fénix era un ave mítica. Tras
haber sido consumido por el fuego, surgía de sus propias cenizas para volver a
vivir: se convirtió, por lo tanto, en símbolo de inmortalidad. Las personas que
viven en el nivel escorpiano del águila pueden encontrar que la pasión, en una
relación importante, “arde hasta extinguirse” o que una causa en la que habían
depositado fervorosamente su fe las decepciona o resulta ser falsa. Cuando esto
sucede, se sienten como si ellas mismas hubieran sido aniquiladas. A semejanza
del fénix, quedan reducidas a cenizas y puede suceder que pasen algún tiempo en
ese estado antes de volver a alzarse, renovadas, de entre los rescoldos.
Cuando nos apegamos a algo, por más noble o
trascendente que sea, limitamos nuestra identidad y olvidamos que nuestra
verdadera naturaleza es ilimitada e infinita. En el proceso de crecer hacia una
totalidad cada vez más integrada, tenemos que ir renunciando a nuestros apegos
para aprender que lo que realmente somos es aquella parte de nosotros que
permanece cuando nos despojan de todo lo que creíamos ser.
Por tránsito, Plutón representa una fuerza que
desgarra nuestra identidad fundada en el ego hasta que llegamos a descubrir
nuestra esencia, el sí mismo transpersonal, el núcleo eterno y universal de
nuestro ser. Se trata de una lección difícil, que el tránsito de Plutón nos
impondrá una y otra vez, obligándonos a hincarnos de rodillas. Podemos seguir
teniendo relaciones, creencias, causas o ideales y disfrutando de ellos, pero
debemos recordar que nuestra identidad verdadera, la más básica, no depende de
ninguna de esas cosas.
1 comentario:
Estupenda descripción!
Un escorpiano buscador de la verdad.
Gracias por su trabajo.
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