Linda Brady es una astróloga kármica de prestigio internacional desde
hace más de veinticinco años, fundadora del International Center for Creative
Choices, centro educativo holístico ubicado en Baltimore (Maryland). En su
libro “La misión de tu alma”, de Ediciones Urano, brinda su testimonio acerca
de su camino de desarrollo personal.
Cada uno de nosotros tiene un personalidad con
una determinada ruta de viaje y un destino que alcanzar dentro del plazo de
vida que nos toque vivir. Ese viaje estará lleno de relaciones, trabajo, retos
y obstáculos, pruebas y triunfos. Cada uno de nosotros tiene también un alma
con su propio destino y una ruta que seguir, un camino que comenzó en el pasado
remoto y continurá para siempre. Sin embargo, el alma tiene un plan, un propósito
para nuestra personalidad en esta vida. Su intención es ayudar a la
personalidad en su viaje vital, para que alcance el destino que le tiene
reservado.
Muy a menudo estas rutas son divergentes. Las
experiencias de nuestra vida –con la familia, las relaciones y a veces nuestro
trabajo - suelen influir en la dirección de la personalidad, y en ocasiones
hacen que esta se pierda o simplemente se desvíe por completo del camino que
nuestra alma le tiene reservado. Lo cierto es que cada uno de nosotros está
acuciado por conflictos internos que son el producto de una colisión entre el
alma y la personalidad, un fenómeno que puede manifestarse como pena, depresión,
ira, una atormentadora insatisfacción o un profundo vacío. El desafío, como
adultos espirituales en ciernes, es encontrar la ruta del alma en la que
nuestra personalidad puede prosperar. Yo llamo a este proceso “integración del
alma y la personalidad”, y he dedicado mi vida entera a comprenderlo.
El camino de mi personalidad, por ejemplo, es
ser una solitaria, una reclusa, una ermitaña que sólo se atreve a salir para
enseñar astrología. Mi personalidad estaría muy contenta si fuera una astróloga
ambulante: una sesión rápida aquí y otra allá, sin relaciones duraderas, eso
estaría bien para mí. Pero el camino de mi alma es totalmente diferente. Su
misión es establecer relaciones a largo plazo y comprometerse con ellas, e
inspirar a mis alumnos para que sepan hacer frente a su vida espiritual y
emocional. Para mi alma no hay nada parecido a estar recluída o sola.
Mi evolución hacia la madurez espiritual
comenzó cuando empecé a aprender astrología. Me había formado en psicología
experimental y modificación del comportamiento. Tengo una licenciatura en
psicología y un master en administración de centros educativos. Creía en lo que
podía medirse, analizarse y registrarse. También creía en Cristo, la Iglesia episcopal y en sus
misterios de una manera infantil e ingenua. No hacía preguntas; tenía fe. Pero
la vida tiene sus modos de entrometerse en la fe, y mi fe no soportó la prueba.
Comencé a estudiar astrología con la seria
intención de refutarla; en cambio, descubrí que me daba respuestas. Y lo que es
más importante, me daba preguntas. La idea de que los astros manejaban la
energía para crear la carta perfecta para mí siempre me había hecho sentir
incómoda, pues eso significaba que yo no controlaba mi vida y que podía echarle
a los astros la culpa de mis problemas, incluída la lucha con mi peso. Sin
embargo, a medida que aumentaba mi comprensión de la astrología, la respuesta
se me hizo totalmente clara: mi alma era quien había creado mi carta natal.
Ella conocía los significados simbólicos de todos los signos del zodíaco y los
planetas, y de las relaciones entre ellos. Había creado un mandala astral que me
proporcionaría las herramientas necesarias para experimentar mi vida.
Mi alma conocía mi pasado; había estado ahí.
Sabía lo que esta vida tenía que ser como continuación de lo que habían dejado
otras vidas. En otras palabras, mi alma comprendía mi karma. Aunque esta
palabra ha sido calumniada, ridiculizada y malinterpretada, tiene para mí un
significado bastante sencillo. Significa que, si realizo una acción, provoco
una reacción. Todos hemos oído ya esto mismo formulado en axiomas como: “Se
cosecha lo que se siembra”. Es una ley de la energía, universal y física.
El karma sólo es completo cuando hemos
equilibrado nuestras acciones previas a través de la conciencia, el compromiso
y nuevas acciones. Nuestra alma conoce estas situaciones y relaciones y creará
las oportunidades que necesitamos para resolverlas. Nuestra carta astral,
creada por nuestra alma, nos proporciona información acerca de estas
experiencias kármicas como recordatorio espiritual, un mapa de carreteras que
nos guiará hacia la comprensión.
A pesar de todas estas concepciones
filosóficas, recuerdo los conflictos que tuve cuando comencé a considerar la
posibilidad real de que las experiencias de mi vida fueran perfectas y tuvieran
como último objetivo mi propio bien. Mi personalidad y mi ego despotricaron
días enteros en una letanía de: “¿Y qué pasa con esto?”, “¿Y qué pasa con
aquello?”. Pensaba en docenas de dificultades y tragedias, en el sufrimiento y
la injusticia predominantes en este mundo. ¿Por qué un Dios amoroso y un alma
compasiva nos hacen pasar por tales traumas? La respuesta se hace más evidente
cuando vemos nuestra vida como parte de un todo más grande.
A veces, a fin de crear un equilibrio kármico y
rectificar una injusticia en una vida pasada, “creamos” una experiencia dolorosa.
Sin la comprensión kármica, las tragedias de la vida –el dolor, la enfermedad,
los accidentes, la violencia, las pérdidas y la traición – parecen arbitrarias;
pero con esa comprensión, la vida es justa. Siempre. No podemos “maquillar” una
experiencia angustiosa para que parezca mejor, pero si somos concientes de que
nos traerá una comprensión más profunda, un mejor sentido del para qué, no
parecerá tan arbitraria.
Mi alma estaba en el proceso de enseñarme algo
que mi ego no quería comprender. Había pasado cuarenta años creyendo que yo era
básicamente imperfecta –una creencia fomentada por mi familia y por la sociedad
en general – y que la única manera de cambiar era aspirar a la perfección.
Nunca se me ocurrió pensar que la perfección podía existir en cualquier
momento. Había pasado dieciocho años en escuelas que me habían medido según un
estricto criterio. Conocía el éxtasis de un diez y la agonía de un cero en
química en el instituto de enseñanza media. Mis creencias de pronto entraron en
un serio conflicto. ¿Cómo me motivaría para destacar con la convicción de que
era imperfecta?
Como estaba harta de tener siempre el mismo
conflicto, decidí revisar lo que esa aspiración a la perfección había provocado
realmente en mi vida. Lo que aprendí me trastornó: aspirar a la perfección me
había enseñado a postergar las cosas y me había llenado de sentimientos de
inutilidad, fracaso y miedo. Me había puesto en una especie de rueda sin fin:
siempre buscando sin encontrar nunca nada. Me había enseñado a valorar el
producto final sin prestar atención al proceso. Tomé una decisión para que esa
vieja creencia muriera. Los objetivos de la perfección no son tan perfectos!
Transformé esta antigua convicción en el compromiso de ser lo mejor que pudiera
ser, valorando el proceso de la vida y confiando a mi alma la tarea de crear mi
vida perfectamente.
¿Cuál es la perfección que mi alma quiere que yo
vea en sus muchas creaciones? ¿Cómo me serviría esa experiencia? Cuando tenía
treinta y un años, decidí retomar los estudios y hacer un doctorado en
psicología. Me aceptaron en una buena universidad y conseguí un importante
puesto nocturno en un hospital local. Estaba dispuesta a progresar en mi
carrera. Sin embargo, dos meses antes de comenzar mi doctorado, tuve un grave
accidente automovilístico, un choque frontal que me dejó una lesión en la
espalda y problemas de visión, y no pude comenzar los estudios en otoño.
En esa misma época, murió la persona que había
sido un padre para mí, me separé de mi segundo marido y caí en una profunda
depresión; no fueron tres meses “perfectos”. Lo cierto es que fue un período
decisivo, el más crucial e importante de mi vida. Tras recuperarme de mis
heridas psíquicas y físicas, mi alma me devolvió a una institución para
disminuídos físicos en la que había trabajado varios años antes. Me convertí en
especialista en diagnósticos y más tarde en subdirectora. Allí vi por primera
vez el aura de una persona. Allí comencé mi proceso de comprensión de la
reencarnación y también conocí al que sería mi tercer marido y compañero del
alma. Y también me convertí en astróloga. Mi alma creó ese accidente
automovilístico para cambiar la dirección de mi vida y me puso en camino hacia
la misión de mi alma.
Piensa en tu propia vida… trata de recordar una
experiencia particularmente dolorosa. Siente las emociones que ese recuerdo
evoca. Ahora hazte las siguientes preguntas: ¿Para qué traje esta experiencia a
mi vida? ¿Qué oportunidad de crecimiento y conciencia me brindó? ¿Qué me enseñó
acerca de mí o de otras personas? ¿Cómo hizo que mi vida fuera mejor?
Hazte estas preguntas, observa cómo cambia tu
perspectiva y piensa en algunas de las nuevas comprensiones que puedas haber
desarrollado.
1 comentario:
Tengo 30 años y estoy en un camino de trabajo espiritual, buscando que mi alma este cada vez mas cerca de mi personalidad, me gusto mucho la experiencia que contaste. Saludos, Andrea
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